viernes, 28 de noviembre de 2025

Quebracho herrado y Caaguazú-1840-41- Unitarios y Federales.-28-11-2025.

LAS BATALLAS DEL 28 DE NOVIEMBRE Un 28 de noviembre, un mismo día, pero con un año de diferencia —1840 y 1841—, se libraron dos batallas trascendentes entre unitarios y federales: Quebracho Herrado y Caaguazú. En 1839, tras un largo paréntesis de casi una década, Juan Galo Lavalle (imagen) volvió a la acción. Estaba recluido en Colonia, Uruguay, cuando la Comisión Argentina de Emigrados, que contaba con el apoyo de Francia, le confió el mando del llamado Ejército Libertador para terminar con Juan Manuel de Rosas. Desembarcó en tierra entrerriana, libró allí un par de batallas antes de cruzar el Paraná y enfilar hacia Buenos Aires, pero no atacó; lo disuadió la frialdad con que fue recibido: el recuerdo del fusilamiento de Manuel Dorrego seguía vivo. Pasó por Santa Fe y rumbeó hacia Córdoba, donde Gregorio Aráoz de Lamadrid, otro jefe unitario, había tomado el gobierno. Lamadrid recibió en El Tío el mensaje de Lavalle proponiéndole encontrarse en El Romero, un paraje equidistante para reunir las fuerzas de ambos. Los enviados de Lamadrid llegaron puntualmente a la cita, pero Lavalle se retrasó, demorado por el estado de sus cabalgaduras y por la caravana de civiles que seguían a su ejército para no sufrir las represalias de Manuel Oribe, el jefe federal que los perseguía. Agotada la espera, los de Lamadrid se retiraron dos días antes de que llegara Lavalle, quien, acorralado y sin posibilidad de recibir refuerzos, no tuvo más alternativa que presentar combate cerca de allí, en Quebracho Herrado, un paraje desolado de la pampa cordobesa. La batalla fue terrible. Ese 28 de noviembre de 1840 fue un día sofocante; a las dos de la tarde, el héroe de Pichincha y Riobamba ordenó atacar y el aire se pobló de alaridos, relinchos y cañonazos. La división Vega, como siempre, fue la primera en cargar, pero la falta de caballos frescos le impidió sacar ventaja de la embestida. La infantería, mal pertrechada, pronto se quedó sin municiones y a merced de la réplica impetuosa dirigida por Ángel Pacheco. A las cinco de la tarde, cuando la superioridad del ejército federal era ostensible y el campo de batalla estaba sembrado de muertos y heridos, Lavalle ordenó la retirada, alcanzando a salvar su pellejo y muy poco de su ejército que se dispersó en el más completo desorden. La derrota fue total; los soldados huían a campo traviesa para escapar del seguro degüello. Lavalle perdió toda su infantería, sus bagajes y casi toda la caballería. A duras penas pudo llegar con un puñado de hombres a la Villa de los Ranchos (Villa del Rosario) donde finalmente se reunió con Lamadrid. Muy pocos sobrevivieron a la masacre; el Ejército Libertador quedó reducido a poco más de 500 hombres. Lo que siguió fue el penoso derrotero de Lavalle y Lamadrid, jalonado de nuevas derrotas y desgracias a manos del poderoso ejército federal. Rosas podía respirar tranquilo: la algarada unitaria había fracasado. Sin embargo, un año más tarde, curiosamente el mismo día, los antirrosistas tuvieron la revancha. José María Paz (imagen), por encargo del gobernador Pedro Ferré, había puesto en juego todo su oficio en la preparación del ejército de reserva correntino para completar lo que Lavalle había dejado inconcluso un año antes: enfrentar a Pascual Echagüe, personero de Rosas en el Litoral. Casi de la nada, organizó una fuerza compuesta mayoritariamente por jóvenes, a quien él mismo llamaría “los escueleros de Paz”. La hueste pacista debutó el 28 de noviembre de 1841. En la madrugada de ese día comenzó a mermar el cañoneo enemigo que había durado toda la noche. Las tropas correntinas eran inferiores en número a las de Echagüe, que ocupaban la ribera del Río Corrientes en el paso de Caaguazú. Como siempre, Paz había elegido cuidadosamente la disposición de sus fuerzas para tomar ventaja del enemigo, aprovechando la topografía del terreno y del estero que allí se formaba que dificultaba el accionar de la poderosa caballería entrerriana. Poco antes del alba, la infantería de Echagüe avanzó sobre la posición de los correntinos, guarnecida por el fuego a discreción que vomitaba una artillería muy superior. Sin embargo, estaban protegidos por unas pequeñas lomadas que hicieron que las pérdidas fueran mínimas. Cuando amainó el bombardeo, salieron de sus refugios y contraatacaron, dando cuenta del enemigo que se dispersó en medio de una gran confusión. La victoria fue rotunda: “Toda su infantería, artillería, gran parque, y porción de carretas, de vestuario y armamentos, está en nuestro poder. Se persigue a sus restos con tenacidad y me mandan a cada instante prisioneros. Echagüe y Servando (Gómez) es difícil que escapen”, escribía Paz con mal disimulado orgullo a Fructuoso Rivera desde el campo mismo de batalla, pocos minutos después de haber concluido el encarnizado combate. Caaguazú cortó abruptamente el clima de euforia que se vivía en la residencia de San Benito de Palermo, donde su morador aún festejaba las victorias federales de Famaillá y Rodeo del Medio y la muerte de Lavalle, ocurrida poco antes en San Salvador de Jujuy. Rosas, en medio del regocijo, creía desvanecido para siempre el peligro unitario. Sin embargo, el infatigable y malquerido “manco” Paz volvía a aguarle la fiesta, obligándolo, una vez más, a levantar la guardia. Pascual Echague renunció a la gobernación de Entre Ríos y se refugió en Buenos Aires, en tanto que Paz se vio envuelto en un conflicto de poder con Pedro Ferré que lo obligó a alejarse del Litoral. Luego de dirigir la defensa de Montevideo del sitio impuesto por Oribe, en 1846 retornó a Corrientes, pero nuevamente tuvo problemas políticos, esta vez con el gobernador Joaquín de Madariaga. Marchó al exilio del que retornó en 1852 tras la batalla de Caseros, poniéndose al servicio del gobierno de Buenos Aires. Murió en 1854 a la edad de 63 años.

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