miércoles, 8 de octubre de 2025

Hipólito Vieytes. Rev. de Mayo de 1810.-Vida y obra.-08-10-2025-

HIPÓLITO VIEYTES Juan Hipólito Vieytes murió el 5 de octubre de 1815. Fue destacado protagonista de la primera hora patria, uno de los principales promotores de la Revolución de Mayo. Nacido en San Antonio de Areco, en 1762, estudió en el Real Colegio de San Carlos de Buenos Aires, donde se trasladó su familia. Años más tarde fundó el “Semanario de Agricultura Industria y Comercio” y participó como vecino de la defensa de la metrópoli durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Poco después instaló una jabonería en sociedad con Nicolás Rodríguez Peña, un tanto alejada de la Plaza de la Victoria, para que no llegaran hasta allí los malos olores y los efluvios contaminantes. Se plegó a la causa revolucionaria a hora temprana. En la jabonería, por las noches, entre calderas apagadas y panes de jabón recién elaborados, se reunía un conciliábulo de connotados personajes a conspirar contra el virrey Cisneros. Además de los dueños de casa, lo integraban Juan José Paso, Domingo French, Antonio Beruti, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, entre otros. Los mismos que en 1810 impulsaron el reemplazo del virrey por una Junta de Gobierno que algunos de ellos integraron. Vieytes militaba en el ala dura de la revolución y le tocó marchar hacia el Alto Perú, la actual Bolivia, como comisionado político de la primera expedición auxiliadora a ese territorio dominado por los realistas. La fuerza se detuvo en Córdoba, donde Santiago de Liniers —radicado por esos días en la estancia de Alta Gracia— y los mandos locales se levantaron contra la junta porteña. Apenas pisó la capital cordobesa, desplegó las instrucciones secretas que traía y los mandó a prender. Le tocó atender las súplicas del deán Gregorio Funes —el único alto referente local que adhirió a la revolución— para que se les perdonara la vida a los prisioneros, en tanto que Francisco Ortiz de Ocampo, el comandante militar, decidió enviarlos a Buenos Aires. La junta despachó a Castelli con órdenes precisas: fusilarlos donde los encontrara, como se hizo en Cabeza de Tigre. Liquidado el asunto, siguió camino al Alto Perú junto a Castelli y Rodríguez Peña, donde se replicaron los fusilamientos. Regresó a Buenos Aires antes de que finalizara aquel año de 1810 y, tras la partida de Moreno, se sumó a la llamada Junta Grande, ocupando la Secretaria de Gobierno y Guerra dejada vacante por aquel. No duró mucho: tras la movida saavedrista de abril de 1811 corrió la misma suerte que los morenistas más connotados, expulsados de sus cargos y desterrados lejos de la metrópoli. Su ostracismo duró hasta el ocaso de Cornelio Saavedra tras la derrota de Huaqui en el Alto Perú, cuando la instauración del Primer Triunvirato permitió que los desterrados regresaran a sus casas y a la política. Instalada la Asamblea General del año 1813, de la que fue secretario, el proceso pareció reencausarse por el sendero revolucionario En ese tiempo fue, además, Intendente de Policía y se ocupó de reglamentar el funcionamiento de una ciudad desordenada como lo era Buenos Aires. Pero tampoco aquello duró demasiado: la caída prematura de Carlos de Alvear y la crisis política que le siguió arrastró lo poco que quedaba del morenismo residual que, tácticamente, había apoyado al voluble Director Supremo. Para entonces, Vieytes estaba enfermo, recluido en su hogar. Acusado de sedición y otros cargos, fue sometido a juicio, se le confiscaron sus bienes, y, tras un proceso agraviante, debió escuchar, engrillado a su cama, la sentencia condenatoria. Nuevamente desterrado, recaló en San Fernando de la Buena Vista, donde pasó sus últimos días al cuidado de su esposa, Josefa Torres. Por las noches, desvelado, consumido por la fiebre inclemente, se preguntaría una y otra vez por qué la adversidad se había ensañado con quienes como él lo dieron todo para que la revolución triunfara cuando lucía como una quimera. Si la causa independentista, asediada como estaba, podría salir adelante o acaso las cosas volverían a ser como al principio, cuando mandaban los reyes de España. Desde afuera sólo llegaban malas noticias, como los desastres militares en el Alto Perú o la invasión que proyectaba la renacida Corte borbónica para recuperar las colonias americanas. Allí murió el 5 de octubre de 1815, a los 53 años de edad. Alcanzó a recibir los sacramentos y fue sepultado, como se acostumbraba, en la vieja parroquia de San Fernando. Después que la misma fue demolida, no fue posible dar con sus restos. Su viuda lo sobrevivió en medio de grandes penurias hasta el año 1827. Sus hijos adoptivos, José Benjamín y Carlota Joaquina, mantuvieron en pie su estirpe. Nicolás Rodríguez Peña, su socio y amigo, falleció en Chile, en 1853. La jabonería fue demolida y en el solar se levantó un edificio que también fue derribado cuando se construyó la avenida 9 de Julio en la ciudad de Buenos Aires. Se lo recuerda apenas por haber sido uno de los propietarios de la legendaria jabonería donde se urdió la Revolución de Mayo. Sin embargo, fue mucho más que un fabricante de jabones y velas de sebo… (Prof.Esteban Domina).

No hay comentarios:

Publicar un comentario