La amistad entre Belgrano y San Martín
Diario el Norte.- Resistencia .- Domingo 28 de Julio, 2019.
En la poblada galería de próceres nacionales, sin lugar a dudas, las figuras de San
Martín y Belgrano ocupan los lugares más destacados en la admiración de los
argentinos, tanto por sus acciones como por sus virtudes personales. Hay un lapso en
los orígenes de la historia argentina en el que sus vidas se relacionan para compartir
un ideal que se convierte en motor de los acontecimientos: la independencia definitiva
del dominio español.
Un objetivo que, en ambos, es lo suficientemente vigoroso como para hacerles olvidar sus propias vidas, sus males físicos y espirituales y las penurias y vicisitudes de una situación cercana a la anarquía, realizando por él los más sublimes sacrificios porque, como diría Belgrano en 1817 “no hay otro arbitrio que trabajar hasta que demos fin a nuestra grande obra.”.
Afortunadamente existen fuentes a través de las cuales es posible reconstruir esta amistad: aproximadamente un medio centenar de cartas intercambiadas entre 1813 y 1819, en archivos o publicadas en obras especiales. El número de piezas existentes y la comprobación de que hubo otras, que se mencionan o a las que se da respuesta, nos revelan que la correspondencia fue abundante. Las cartas de Belgrano muestran un estilo familiar, son efusivas y ricas en información; las de San Martín más breve, son de estilo más sobrio aunque no exento de emotividad.
Las frases con las que se encabezan las cartas nos muestran que la amistad crece y se afirma con el tiempo. En los primeros años será Mi amigo, Mi querido amigo y compañero, y más adelante Mi amado amigo, Mi hermano. Comprobamos que se vieron pocas veces, pero que entre ellos existió una gran afinidad espiritual y, por sobre todas las cosas, la búsqueda de un ideal superior: la libertad de la Patria.
La relación se inició en los últimos meses de 1813, cuando aún no se conocían personalmente. En septiembre, antes de Vilcapugio y Ayohuma, Belgrano, jefe entonces del Ejército del Norte escribía a San Martín contándole las dificultades que debía enfrentar en su cargo, no siendo militar de carrera: “Por casualidad, le dice, o mejor dicho porque Dios lo quiere, me hallo de general... no ha sido ésta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta obligación “
Y luego, la frase que constituye nuestro punto de partida: “jamás me quitará Ud. el tiempo y me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos conocimientos para ser útil a la Patria que es todo mi deseo...” San Martín era, en ese momento, el brillante coronel que había llegado a la Patria y acababa de confirmar sus dotes militares venciendo con sus granaderos a las tropas de desembarco de los realistas en el combate de San Lorenzo.
Para Belgrano era su posible apoyo y cuando llegó la hora de las derrotas decisivas de Vilcapugio y Ayohuma se convirtió en su única esperanza. Pedirá entonces al gobierno la designación de tropas auxiliares al mando de San Martín “desprendiéndose de su amor propio” como lo confiesa en carta a Arenales. Nadie ponía en duda que se necesitaba un hombre prudente, mesurado, de profundos conocimientos técnicos y estratégicos, capaz de organizar un frente defensivo al avance realista y con quien quizás se podía lograr hacerlo retroceder.
Sólo San Martín reunía esas condiciones. La situación de Belgrano era grave en extremo: un general derrotado, un hombre vencido, más que por sus fracasos militares, por la amargura de comprender que dirigía un ejército en el cual había cundido la decepción, el desorden, la rebeldía y toda clase de vicios, en una palabra: el caos. Desacreditado casi para todos, sólo un hombre lo juzgaba equitativamente y era ése, precisamente, el que tenía que reemplazarlo.
Esta frase de San Martín, en carta a Tomás Guido, es tal vez el mayor elogio que Belgrano haya podido recibir acerca de su actuación militar, tan criticada e injustamente considerada por sus contemporáneos:”...es el más metódico que conoce nuestra América, lleno de integridad y talento; no tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es lo mejor que tenemos en la América del Sud.”
San Martín fue designado para el cargo y fue inmensa la alegría que expresaba Belgrano diciendo: “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante en que Ud. se me acerca...Vuele... si es posible, la Patria necesita que se hagan esfuerzos singulares y no dudo de que Ud. los ejecute... Crea que no tendré mayor satisfacción que el día en que logre estrecharlo entre mis brazos y hacerle ver lo que aprecio el mérito y la honradez de los buenos patriotas como Ud.”
Durante un mes y a medida en que el ejército auxiliar avanzaba , se sucedieron las cartas de Belgrano conteniendo datos sobre el enemigo y el terreno y comentarios sobre jefes y oficiales. Su llegada era esperada con mucha ansiedad. “Deseo mucho hablar con Ud., decía, de silla a silla, para que tomemos los medios más acertados y formando nuestros planes, los sigamos sean cuales fueren los obstáculos que se nos presente, pues sin tratar con Ud. a nada me decido”.
En enero de 1814 alcanzó San Martín al ejército en retirada y es posible que, como dice la tradición, Yatasto haya sido el escenario del primer encuentro de dos jefes que, sin conocerse, se admiraban. Belgrano designó segundo jefe a San Martín y le encomendó que procediese al arreglo, disciplina y organización de la tropa. El gobierno ordenó a Belgrano que bajase a Córdoba para someterlo a juicio y nombró a San Martín jefe del ejército.
A pesar de la orden oficial, San Martín lo retuvo durante más de un mes, porque sabía que sólo Belgrano podía instruirlo sobre la realidad estratégica, política, económica y social con que debía enfrentarse. San Martín reorganizó las tropas imponiendo la férrea disciplina que anteriormente había dado a sus granaderos. En su última carta antes de retirarse del ejército del Norte, Belgrano encomienda a San Martín su más sublime creación: la bandera de la Patria y le solicita que la enarbole cuando todo el ejército se forme.
Le pide que no deje de implorar a la Virgen de las Mercedes, nombrándola Generala y que en todo vele porque se respete la religión católica, recodándole que es un general cristiano y poniendo como ejemplo a los grandes generales paganos que nunca dejaron de implorar a sus dioses en la guerra. De allí en más los cauces de sus vidas se separan temporariamente. Para Belgrano vendrá el proceso por sus derrotas, del que saldrá sobreseído no hallándose ningún cargo en su contra.
Luego, la misión diplomática a Europa conjuntamente con Rivadavia, la que fracasará en su intento de lograr el reconocimiento de la independencia argentina. Más tarde, a comienzos de 1816 su designación como Jefe del Ejército de Observación para operar contra los anarquistas del Litoral. A San Martín, su enfermedad muy pronto lo alejará del mando del Ejército del Norte, al que en muy poco tiempo había logrado reorganizar.
Córdoba será el lugar elegido para recuperarse y en ese tiempo, propicio para la reflexión adquirirá la convicción de que la ruta del Desaguadero no era el camino para llegar a Lima, confirmando la opinión de Belgrano que en varias ocasiones así se lo había manifestado. Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma eran dolorosas pruebas de ello. Poco antes de hacerse cargo del Ejército del Norte, San Martín había visto un proyecto elaborado por un oficial del ejército de Belgrano según el cual era conveniente enviar una expedición desde Valparaíso a Lima.
Aunque el plan era irrealizable por varios motivos, la idea estratégica interesó a San Martín y entre mayo y agosto de 1814 acabó de convencerse de que era la única vía posible. En adelante, el ideal tendría un plan y desde su cargo de gobernador de Cuyo para el que fuera designado, San Martín se encargaría de concretarlo. La reunión del Congreso de Tucumán los encontraría nuevamente unidos.
Es reconocida como decisiva la influencia de San Martín y Belgrano para provocar el memorable pronunciamiento que consagró nuestra independencia. En cuanto a su común tendencia monárquica-representativa como medio de concretar la organización, aunque en algún momento apareció ridícula para algunos, era la única que, creían, podía poner orden en el caos político que día a día se intensificaba por rencillas locales y deseos de autonomía.
Al año siguiente tiene lugar la exitosa campaña de San Martín en Chile. Producida la victoria de Chacabuco, San Martín escribe dando parte de los sucesos y Belgrano le responde expresando las felicitaciones de pueblo y ejército a sus compañeros que “han cubierto de gloria las armas de la Nación, sacando a nuestros hermanos de la opresión y afianzando la independencia de la América del Sud” Y cuando la suerte es adversa en Cancha Rayada, Belgrano expresa su preocupación por el Libertador.
Pide a Tomás Guido: “... aliéntelo y dígale que, a pesar de todo, no hay hombre de armas que no lo vea con aprecio y que no se haga cargo de que no ha estado en sus manos el resultado”. Luego de Maipú, Belgrano escribe a San Martín: “Nunca se manifiesta el sol con más brillantez que después de una tempestad... Al enemigo, fascinado por el triunfo, no se le ocurrió pensar que aún existía el general San Martín y que, capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos haría prodigios, aún con la espada al cuello.”
Y lo exhorta a que “siga dando gloria a la Nación y asegure, como nos prometimos, su independencia”. En agosto de 1817, desde Santiago de Chile, San Martín comunicaba a Belgrano sus planes para la expedición al Perú y solicitaba su opinión para variarlos si fuera necesario, al mismo tiempo que enviaba instrucciones. Para la organización interna de los cuerpos del ejército del Norte, misión que el gobierno había encomendado entonces al creador de la bandera.
Este respondía aprobando la idea de atacar a Lima, previo dominio del mar, haciendo consideraciones acerca del número de hombres necesarios para ejecutar la empresa y los posibles lugares de desembarco. El mejoramiento cultural y técnico de los oficiales de sus respectivos ejércitos era la preocupación principal de ambos jefes. San Martín enviaba libros sobre temas militares, cuya lectura, estimaba, resultaría provechosa. Belgrano comenzaba la publicación de un diario militar con el objetivo de actualizar a sus oficiales.
El Libertador se suscribía con cien ejemplares para su ejército, los que le fueron remitidos sin cargo porque “mucho nos falta tener buenos oficiales instruidos en cuanto deben saber” Hacia 1818 ambos están enfermos, “mortificados por sus achaques”, pero comprenden la necesidad de superarlos para concluir la obra comenzada. Belgrano aconseja en todo momento a San Martín que cuide su salud porque dice “...ya Ud. no es de sí mismo, es de la gran causa, no hay remedio... es a Ud. a quien toca ponerle fin”. Y repite insistentemente “su vida vale por muchos ejércitos”.
La salud de San Martín empeora hacia fines de ese año y comunica a Belgrano sus intenciones de pedir el relevo del mando del ejército. Ante esta noticia, Belgrano le insiste en que no debe dejar el mando por ningún motivo: “No importa que no pueda operar activamente, basta que los enemigos sepan que está Ud. allí y que los soldados lo vean o lo oigan” Y le pide que continúe en la lucha diciendo: “...si mi amistad merece lugar en la voluntad de Ud., le conjuro por ella y por la Patria que se traslade a Chile.”
El año diecinueve los halla preocupados por la situación anárquica en que se hallaba el país, de la que Belgrano se lamenta diciendo: “No me hace tanto padecer el estado físico de estas provincias como su salud moral”. El peligro que las contiendas civiles entrañaba, hizo que Belgrano suministrara escoltas de su ejército para acompañar desde Córdoba a la esposa de San Martín y a su hija que regresaban de Mendoza después de haber pasado algunos meses en compañía del General.
En Rosario, Belgrano las detiene para que Remedios recuperase su quebrantada salud y hasta que se dieran las circunstancias propicias para proseguir el viaje. Apenas lo hacen, escribe al Libertador dando noticias de su esposa y de la “preciosa y viva Merceditas” El año 1820, trágico en los anales argentinos, será el de la muerte de Belgrano que sobrevendría acompañada de la angustia de ver a la Patria sumida en el más terrible desorden y comprometida su libertad. Para San Martín llegará la hora decisiva.
Dos meses más tarde iniciará la gesta gloriosa que concluirá con el dominio español en el Perú y posibilitará la concreción del ideal perseguido por ambos durante seis años de ejemplar amistad. Se cumplirá el vaticinio de Belgrano que había afirmado que correspondía a San Martín el poner fin a la gran causa. El ejemplo es claro y habla por sí mismo. La amistad es un sentimiento que ennoblece al ser humano. Su acción une las almas, acorta distancias, borra diferencias materiales.
Y cuando esa amistad tiene por objetivo la persecución de un ideal superior, sus efectos alcanzan dimensiones insospechadas, cercanas a lo religioso y ayudan a sobrellevar el dolor y la adversidad. Nuestros dos próceres máximos fueron amigos, se unieron en el objetivo de lograr la libertad y, robustecidos por el sentimiento de amor a la Patria aunaron esfuerzos y lucharon por él. Conocieron las penurias, la estrechez económica, la maledicencia y la calumnia, olvidaron en la lucha males físicos y espirituales y emergieron de ella victoriosos, ennoblecidos, purificados en el recuerdo de las generaciones posteriores. La amistad que los unió, constituye un ejemplo más que nos legaron.
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