Grandes temas nacionales.
domingo, 12 de octubre de 2025
12 de Octubre. Fusión de dos culturas.-12 -10 -2025-
12 de octubre
Día de la Raza:
En 1492, un acontecimiento marcó un cambio rotundo en la vida de los habitantes de todo el planeta, el descubrimiento de América.
Todo empezó gracias a la inquietud de un marino genovés llamado Cristóbal Colón, quien a mediados del siglo XV, elaboró un proyecto para buscar nuevas rutas comerciales que los llevaran de forma más rápida a China y Japón, o sea a las Indias, sin tener que rodear por todo el Continente Africano o atravesar por Asia y Oriente.
Después de 72 días de navegación, el 12 de octubre de 1492 el marinero Rodrigo de Triana divisó Tierra. Este acontecimiento cambió la concepción que se tenía del planeta y provocó algo que ni siquiera Colón había imaginado: la unión de dos mundos.
Cristóbal Colón tenía la idea de que la tierra era redonda y no plana como hasta este momento se creía, también pensaba que sólo había un gran continente en el que en uno de sus extremos estaban España y Portugal y en el otro China y Japón, con quienes tenían grandes intercambios comerciales.
Como las rutas de comercio estaban muy complicadas, ya que por mar tenían que rodear Africa y por tierra, sufrían muchos asaltos y problemas, se le ocurrió, que navegando por el Océano llegarían de forma más rápida y segura.
Además Colón pensaba que solamente había un Océano y que la tierra era mucho más pequeña de lo que en realidad es y nunca se imaginó que del otro lado había un enorme continente, el Americano y otro gran océano, el Pacífico que los separaba muchísimo de su destino: las Indias.
Ofreció su proyecto sin éxito a Portugal y como necesitaba financiamiento, lo presentó a los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando, pero fue rechazado porque la iglesia no aceptaba la idea de que la tierra fuera redonda.
Sin embargo, la reina Isabel, confió en el proyecto porque pensaba que si Colón tenía la razón, España sería más poderosa, así que empeñó sus joyas personales y presionó para que fueron firmadas las capitulaciones que establecían cómo sería el reparto de las ganancias obtenidas.
Todo se preparó y el 3 de agosto de 1492, zarparon tres carabelas desde el Puerto de Palos, en España: la Santa María, donde viajó Colón, La Pinta, cuyo capitán era Martín Alonso Pinzón y La Niña, capitaneada por Vicente Yañez Pinzón.
Después de navegar durante 72 días, el 12 de octubre de 1492, un marinero que navegaba con Cristóbal Colón llamado Rodrigo de Triana, gritó con todas sus fuerzas ¡Tierra a la vista!... y la cansada y ya desesperada tripulación festejó con júbilo su llegada.
Cristóbal Colón desembarcó en una pequeña isla del mar Caribe a la que puso por nombre San Salvador y empezó a conocer y a maravillarse de la cultura, forma de vida de los habitantes y los recursos que tenían en la región.
Durante los tres meses siguientes, Colón recorrió los alrededores y descubrió varias islas, entre ellas Cuba, la Española, Puerto Rico, Jamaica y Trinidad y aunque recorrió las costas de Venezuela y América Central, no se dio cuenta que este territorio pertenecía a un gran y nuevo continente y no a tierras inexploradas de las Indias como él pesaba.
Este acontecimiento permitió que Europa, América y Asia empezaran a compartir sus culturas, adelantos e inventos, expresiones artísticas y recursos.
La idea de conmemorar el “Día del descubrimiento de América”, también conocido como “Día de la Raza” o “Día de la hispanidad”, surgió en el siglo XIX, cuando al celebrarse el cuarto centenario del descubrimiento, fue firmado un decreto real, en el monasterio de la Rábida, el 12 de octubre de 1892 por María Cristina de Habsburgo y aunque en este momento no se establecería como día oficial, años más tarde sería instituido como "fiesta nacional", por todas las naciones americanas, incluyendo a los Estados Unidos de Norteamérica..
sábado, 11 de octubre de 2025
Carta de Belgrano a Güemes. 1817. -11-10 - 2025.-
Publicó Asociación Belgraniana de Morón
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1O de octubre de 1817: Belgrano escribe a Güemes.
“Compañero y amigo muy querido: Por aquello de poeta, médico y loco, todos tenemos un poco, vaya mi receta para el cólico bilioso; lo padecí un verano entero desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde y no tomaba más alimentos que agua de agraz helada y helados de agraz. U. felizmente no necesitará de tanto pues que ya se ha aliviado; pero a precaución, un vasito de helado de ese ácido o de naranja o limón, todas las noches, después de hecha la cocción y verá U. qué tono toma su estómago y cómo se robustece.
Ya dije a U. el correo anterior el número de presas entradas; estoy creído que nuestros corsarios van a ultimar el comercio marítimo Español si no se hace pronto la paz; pero los Españoles son muy bárbaros.
Ayer llegó la sal; encontré a Moyano que me dio noticia de que la traían sus carretas; avisaré de oficio el recibo.
He visto los estados y espero que vengan los de la campaña según se pueda para formar el general como deseo.
No entiendo a estos demonios de Pasados y Prisioneros; unos y otros se contentaban con servir con nosotros y no cesan de desertase; vea U. los que se pasan ahora en Tarija y mañana harán otro tanto.
Yo creo que sería mejor echarlos a todos a Chascomús para que viéndose distantes no pensaran en eso.
Lo mismo que U. me dice con respecto a los cañones, habíamos hablado con el compañero Cruz; aquí se le dio cierto aire a la noticia porque salió de casa de Aráoz con el color de mucho cuidado, etc.; pero Yo tranquilicé a todos los buenos que me vinieron a ver y dije públicamente que volaría a los autores de revoluciones y que tratasen de quitar a U. y trastornar el orden.
Hasta ahora ha venido contestación de Artigas; me parece que he dicho a U. que buscó al Comodoro Inglés para mediador y que se le contestó que no había necesidad de extranjeros y que ocurriese al Congreso; dicen que está muy desconceptuado entre los suyos y es verosímil, porque no han tenido más pérdidas. Yo estoy persuadido de que el tiempo o los mismos suyos lo han de curar.
Es una patraña lo de retirarse nuestras fuerzas de Talcahuano; precisamente he tenido cartas de Chile en este correo y no hay más que empeño en concluir con los enemigos. Quintana ha renunciado la dirección delegada reiteradas veces; al fin O’Higgins la admitió y ha nombrado a tres que la sirvan hasta su regreso. San Martín aunque está enfermo, no es de cuidado.
Mi deseo de acertar y de corresponder al mérito de los hombres que se han distinguido y distinguen por nuestra santa causa, como igualmente que el premio lleve el más y el menos para que no lo lleve de igual modo el que trabajó menos que el que se distinguió más; pues como U. conoce, es ya tiempo de desviar toda confusión; aseguro a U. que me tiene desconfiado de mi parecer con respecto a los bravos Oficiales que han servido a las órdenes de U.; en fin, dígame . algo acerca de la figura de la decoración que remito, en la inteligencia que de oro ha de ser sólo para U., de plata los brazos y el centro de oro para los Comandantes hasta Sargentos mayores, y de plata para los oficiales desde Capitán inclusive; para los demás un escudo en el brazo izquierdo de paño con letras de oro a los sargentos, de plata para los cabos y de seda celeste para los soldados, todos con la misma inscripción sobre paño blanco; y, para que los despachos vengan igualmente bien, será muy bueno que me diga U., de qué cuerpos y compañías son y a los sueltos les da U. una agregación; esto me parece lo más acertado; U. me contestará lo que juzgue más a propósito con la franqueza de la amistad y que deseo quedemos ambos bien.
No tiene duda de que Rojas se ha portado y porta muy bien; es muy regular premiarlo y distinguirlo, y lo propondré como U. me indica; me dicen que todo lo tiene muy en orden y que los Pueblos por donde anda están muy contentos con él; si los Granaderos le imitan serán un cuerpo que haga temblar a nuestros enemigos.
Mota Botello se recibió de Gobernador Intendente de esta Provincia el Lunes, al parecer, con gusto del público por el buen concepto que se ha grangeado durante su Gobierno en Catamarca, donde ha sido llorado; espero que hará un buen gobernante.
Celebro mucho que Madama Carmencita siga bien con su niñito; procure U. también cuidarse y ponerse enteramente bueno como lo desea su invariable
MANUEL BELGRANO
Tucumán, 10 de Octubre de 1817.
Sr. Dn. Martín Güemes.
Salta.
miércoles, 8 de octubre de 2025
Hipólito Vieytes. Rev. de Mayo de 1810.-Vida y obra.-08-10-2025-
HIPÓLITO VIEYTES
Juan Hipólito Vieytes murió el 5 de octubre de 1815. Fue destacado protagonista de la primera hora patria, uno de los principales promotores de la Revolución de Mayo.
Nacido en San Antonio de Areco, en 1762, estudió en el Real Colegio de San Carlos de Buenos Aires, donde se trasladó su familia. Años más tarde fundó el “Semanario de Agricultura Industria y Comercio” y participó como vecino de la defensa de la metrópoli durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Poco después instaló una jabonería en sociedad con Nicolás Rodríguez Peña, un tanto alejada de la Plaza de la Victoria, para que no llegaran hasta allí los malos olores y los efluvios contaminantes.
Se plegó a la causa revolucionaria a hora temprana. En la jabonería, por las noches, entre calderas apagadas y panes de jabón recién elaborados, se reunía un conciliábulo de connotados personajes a conspirar contra el virrey Cisneros. Además de los dueños de casa, lo integraban Juan José Paso, Domingo French, Antonio Beruti, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, entre otros. Los mismos que en 1810 impulsaron el reemplazo del virrey por una Junta de Gobierno que algunos de ellos integraron.
Vieytes militaba en el ala dura de la revolución y le tocó marchar hacia el Alto Perú, la actual Bolivia, como comisionado político de la primera expedición auxiliadora a ese territorio dominado por los realistas. La fuerza se detuvo en Córdoba, donde Santiago de Liniers —radicado por esos días en la estancia de Alta Gracia— y los mandos locales se levantaron contra la junta porteña. Apenas pisó la capital cordobesa, desplegó las instrucciones secretas que traía y los mandó a prender. Le tocó atender las súplicas del deán Gregorio Funes —el único alto referente local que adhirió a la revolución— para que se les perdonara la vida a los prisioneros, en tanto que Francisco Ortiz de Ocampo, el comandante militar, decidió enviarlos a Buenos Aires. La junta despachó a Castelli con órdenes precisas: fusilarlos donde los encontrara, como se hizo en Cabeza de Tigre.
Liquidado el asunto, siguió camino al Alto Perú junto a Castelli y Rodríguez Peña, donde se replicaron los fusilamientos. Regresó a Buenos Aires antes de que finalizara aquel año de 1810 y, tras la partida de Moreno, se sumó a la llamada Junta Grande, ocupando la Secretaria de Gobierno y Guerra dejada vacante por aquel. No duró mucho: tras la movida saavedrista de abril de 1811 corrió la misma suerte que los morenistas más connotados, expulsados de sus cargos y desterrados lejos de la metrópoli.
Su ostracismo duró hasta el ocaso de Cornelio Saavedra tras la derrota de Huaqui en el Alto Perú, cuando la instauración del Primer Triunvirato permitió que los desterrados regresaran a sus casas y a la política. Instalada la Asamblea General del año 1813, de la que fue secretario, el proceso pareció reencausarse por el sendero revolucionario En ese tiempo fue, además, Intendente de Policía y se ocupó de reglamentar el funcionamiento de una ciudad desordenada como lo era Buenos Aires. Pero tampoco aquello duró demasiado: la caída prematura de Carlos de Alvear y la crisis política que le siguió arrastró lo poco que quedaba del morenismo residual que, tácticamente, había apoyado al voluble Director Supremo.
Para entonces, Vieytes estaba enfermo, recluido en su hogar. Acusado de sedición y otros cargos, fue sometido a juicio, se le confiscaron sus bienes, y, tras un proceso agraviante, debió escuchar, engrillado a su cama, la sentencia condenatoria.
Nuevamente desterrado, recaló en San Fernando de la Buena Vista, donde pasó sus últimos días al cuidado de su esposa, Josefa Torres. Por las noches, desvelado, consumido por la fiebre inclemente, se preguntaría una y otra vez por qué la adversidad se había ensañado con quienes como él lo dieron todo para que la revolución triunfara cuando lucía como una quimera. Si la causa independentista, asediada como estaba, podría salir adelante o acaso las cosas volverían a ser como al principio, cuando mandaban los reyes de España. Desde afuera sólo llegaban malas noticias, como los desastres militares en el Alto Perú o la invasión que proyectaba la renacida Corte borbónica para recuperar las colonias americanas.
Allí murió el 5 de octubre de 1815, a los 53 años de edad. Alcanzó a recibir los sacramentos y fue sepultado, como se acostumbraba, en la vieja parroquia de San Fernando. Después que la misma fue demolida, no fue posible dar con sus restos. Su viuda lo sobrevivió en medio de grandes penurias hasta el año 1827. Sus hijos adoptivos, José Benjamín y Carlota Joaquina, mantuvieron en pie su estirpe. Nicolás Rodríguez Peña, su socio y amigo, falleció en Chile, en 1853. La jabonería fue demolida y en el solar se levantó un edificio que también fue derribado cuando se construyó la avenida 9 de Julio en la ciudad de Buenos Aires.
Se lo recuerda apenas por haber sido uno de los propietarios de la legendaria jabonería donde se urdió la Revolución de Mayo. Sin embargo, fue mucho más que un fabricante de jabones y velas de sebo…
(Prof.Esteban Domina).
jueves, 2 de octubre de 2025
ARGENTINA, ¿por qué nos llamamos Argentinos?- 02 -10 -2025 -
¿Por qué nos llamamos Argentinos?
La poética historia detrás del nombre
La historia del nombre de Argentina revela un proceso fascinante entre la poesía, la geografía y los conflictos nacionales.
De un poema al decreto de 186O, el nombre Argentina ha atravesado siglos de historia y debate político. Foto: Gentileza
De un poema al decreto de 186O, el nombre "Argentina" ha atravesado siglos de historia y debate político.
Diario Los Andes |Por Luciana Sabina
El nombre "Argentina" tiene una historia profundamente ligada a la poesía, la geografía, y las luchas internas por construir una identidad nacional única. Desde su aparición como adjetivo poético en el siglo XVI hasta convertirse en denominación oficial del país en el siglo XIX, el término ha acompañado el proceso de creación y consolidación del Estado argentino.
Por Cristian Ortega
Pero, ¿de dónde proviene este nombre tan cargado de simbolismo?
De "Argentina" a "República Argentina"
A lo largo de los siglos, el territorio que hoy conocemos como Argentina ha tenido diversos nombres. Desde el "Virreinato del Río de la Plata", pasando por las "Provincias Unidas del Río de la Plata", hasta la "Confederación Argentina", cada nombre refleja los conflictos y tensiones de un país que aún estaba por definirse. El nombre "Argentina", sin embargo, no surgió de forma inmediata como denominación oficial, sino que fue el resultado de un largo proceso histórico.
Entre 16O2, cuando el clérigo español Martín del Barco Centenera usó por primera vez la palabra "argentina" en su poema La Argentina y Conquista del Río de la Plata, y 186O, cuando un decreto de Derqui estableció que el nombre legal del país sería "República Argentina", transcurrieron casi tres siglos de historia. Durante este tiempo, el nombre "Argentina" tuvo que superar los obstáculos de la geografía y los disensos internos antes de convertirse en el gentilicio oficial de los habitantes de la región del Río de la Plata y sus territorios.
El Poema de Martín del Barco Centenera y la Primera Mención.
La primera mención de la palabra "Argentina" se encuentra en el poema de Centenera, publicado en 16O2. Este clérigo español, quien formó parte de la expedición de Juan Ortiz de Zárate, utilizó el adjetivo "argentino" para referirse tanto a la región como a sus habitantes. En su obra, el poema describe las aventuras en la región del Río de la Plata, y el adjetivo "argentino" se emplea para designar todo lo relacionado con la cuenca del río y sus pueblos.
El Significado del Nombre: De "Plata" a "Argentina"
El origen del término "Argentina" proviene de "argentum", que es la palabra latina para "plata". Inicialmente, el término se usaba de forma poética para referirse a la región del Río de la Plata y a sus habitantes, pero con el paso de los siglos, el adjetivo pasó a ser más que una simple figura literaria.
En 1531, los portugueses ya habían bautizado al río como "Río de la Plata", inspirado en los rumores sobre las minas de plata que existían en la región. Estos mitos, sumados a la exploración y la colonización, hicieron que la "plata" se convirtiera en un símbolo de la región.
La Evolución del Nombre: De la Poesía a la Realidad
A lo largo de los siglos, el nombre "Argentina" fue ganando terreno en el discurso público y político. En el siglo XVIII, la palabra ya se usaba comúnmente para referirse al territorio del Río de la Plata, y en 1816, con la independencia del país, el nombre de "República Argentina" comenzó a ser utilizado con mayor frecuencia, aunque aún coexistía con otros términos como "Provincias Unidas del Río de la Plata".
A partir de 183O, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, el término "Confederación Argentina" comenzó a ganar popularidad, y fue durante la sanción de la Constitución en 1853 que el nombre de "República Argentina" quedó establecido de forma definitiva.
Por otra parte, un decreto del presidente Derqui, de 186O, fue un paso clave en la consolidación del nombre "República Argentina" como denominación oficial del país. Durante la presidencia de Santiago Derqui, se formalizó el uso del nombre "Argentina" en el marco de la organización del Estado, poniendo fin a décadas de debates y disputas sobre la identidad nacional.
Un Viaje a través del Tiempo
La historia del nombre de Argentina está llena de leyendas, exploraciones y disputas. Desde las primeras expediciones que buscaron la riqueza prometida de la Sierra de la Plata, hasta la literatura de la época colonial que comenzó a darle forma a una identidad común, el nombre "Argentina" ha sido testigo del crecimiento y la consolidación de una nación. En su origen, "Argentina" era un adjetivo vinculado al "plata", y fue con el tiempo, a través de la historia y la literatura, que se transformó en el símbolo de un país, un pueblo y una identidad que hoy nos une.
Este proceso de construcción de nuestra identidad refleja los conflictos y las tensiones que marcaron la formación de nuestro territorio, los límites que fuimos trazando y las historias que compartimos. Desde la leyenda de la sierra de la plata hasta la República Argentina de hoy, el nombre de nuestro país sigue siendo un reflejo de lo que hemos sido y lo que somos.
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jueves, 25 de septiembre de 2025
Belgrano. Tucumán. El milagro de las langostas. -25 - 09 - 2025-
"El milagro de las langostas"
A 209 años de la asombrosa BATALLA DE TUCUMÁN que ganó Manuel Belgrano.
Autor: Jorge Fernández Díaz.
Vea usted: teníamos todo para perder aquel día, pero igual nos moríamos de ganas por salir a degollar. Todavía no había amanecido, y el general iba y venía dando órdenes en lo oscuro. Cualquiera de nosotros, la simple soldadesca de aquella jornada, sabía que nuestro jefe no tenía ni puta idea sobre táctica y estrategia militar. Que era hombre de libros y de leyes, pero que había aceptado obediente el reto de conducir el Ejército del Norte y pararles el carro a los godos.
También sabíamos, de oídas, que al enemigo lo manejaba con rienda corta un americano traidor: Pío Tristán, nacido en Arequipa e instruido en España; nos venía pisando los talones con 3000 milicos imperiales y habíamos tenido que vaciar y quemar Jujuy para dejarles tierra arrasada. Muy triste, vea usted. Fue en los primeros días de agosto de 1812. Y el general les ordenó a los pobladores que tomaran lo que pudieran y destruyeran todo lo demás.
Le digo la verdad: el que se retobaba podía ser fusilado sin más trámite. No había muchas alternativas. Ayudamos a arrear el ganado y a quemar las cosechas. Yo mismo lo vi con estos mismos ojos, señor: al final cuando no quedaba nada ni nadie Belgrano salió a caballo de la ciudad y se puso a la cabeza de la columna. Ibamos en silencio, con sabor amargo, y tuvimos que cruzar tiros cuando una avanzada de los españoles jodió a nuestra retaguardia a orillas del río Las Piedras. El general mandó a la caballería, a los cazadores, los pardos y los morenos. Meta bala y aceros. Y al final, a los godos no les daban las piernas para correr, señor, se lo juro. Sospechábamos que nos habían atacado con muy poco, pero nosotros veníamos de capa caída: darles esa leña y salir victoriosos fue un golpe de orgullo.
Voy a decirle la verdad: cuando Belgrano se hizo cargo éramos un grupo de hombres desmoralizados, mal armados y mal entretenidos. Y al llegar a Tucumán no crea que habíamos mejorado mucho, aunque marchábamos con la moral en alto. Ahí lo tiene a ese doctorcito de voz aflautada: nos acostumbró a la disciplina y al rigor, y nos insufló ánimo, confianza y dignidad. Aunque en las filas no nos chupábamos el dedo, señor. Pío Tristán nos perseguía con legiones profesionales, sabía mucho más de la guerra y caería sobre nosotros de un momento a otro.
Nos enteramos por un cocinero que incluso el gobierno de Buenos Aires le había dado la orden a Belgrano de no presentar batalla y seguir hasta Córdoba. Pero el general había resuelto desobedecer y hacerse fuerte en Tucumán. Adelantó oficial y tropas con la misión de que avisaran al pueblo que ya entraban para conquistar el apoyo de las familias más importantes y también para reclutar a todo hombre que pudiera empuñar un arma.
Había pocos fusiles, y casi no teníamos sables ni bayonetas, así que cuatrocientos gauchos con lanzas y boleadoras pusieron mucho celo en aprender los rudimentos básicos de la caballería. Nosotros los mirábamos con desconfianza, para qué le voy a mentir. "¿Y estos pobres gauchos qué van a hacer cuando los godos se nos vengan encima?". La teníamos difícil, no sé si se da cuenta. Y estuvimos algunos días fortificando la ciudad, armando la defensa, cavando fosos y trincheras, y haciendo ejercicios. "Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza para concluir con honor", les dijo Belgrano a sus asistentes. La noticia corrió como reguero de pólvora. No tiene usted idea lo que es aguardar la muerte, noche tras noche, hasta el momento de la verdad. Le viene a uno un sabor metálico a la boca, se le clava un puñal invisible en el vientre y se le suben, con perdón, los cojones a la garganta. Uno no piensa mucho en esas horas previas. Sólo desea que empiece la acción de una vez por todas y que pase nomás lo que tenga que pasar.
El general finalmente nos puso en movimiento en la madrugada del 24. Avanzamos en silencio absoluto hasta un bajío llamado Campo de las Carreras y ahí estábamos juntando orina y con ganas de salir a degollar cuando apareció el sol y comprobamos que los tres mil imperiales nos tenían a tiro de cañón.
Miré por primera vez a Belgrano en ese instante crucial, señor, y lo vi pálido y decidido. Hacía tres días nomás le había enseñado a la infantería a desplegar tres columnas por izquierda mientras la pobre artillería se ubicaba en los huecos. Era la única evolución que habían ejercitado en la ciudad. Pero los infantes lo hicieron a la perfección, como si no fueran bisoños sino veteranos. El general ordenó entonces que avanzara la caballería y que tocaran paso de ataque: los infantes escucharon aquel toque y calaron bayoneta. Y antes o después, no lo recuerdo, dispuso Belgrano que nuestra artillería abriera fuego. Varias hileras de maturrangos se vinieron abajo. Volaban pedazos de cuerpos por el aire y se escuchaban los alaridos de dolor.
No puedo contarle con exactitud todos esos movimientos porque fueron muy confusos. Sepa nomás que los godos nos doblaban en número, pero que igualmente les arrollamos el ala izquierda y el centro. Y que su ala derecha nos perforó a los gritos y a los sablazos. Tronaban los cañones y levantaba escalofríos el crepitar de la fusilería. Todo se volvió un caos. Nos matábamos, señor mío, con furia ciega y no se imagina usted lo que fue la entrada en combate de los gauchos. Cargaron a la atropellada, lanzas enastadas con cuchillos y ponchos coloridos, pegando gritos y golpeando ruidosamente los guardamontes. Parecían demonios salidos del infierno: atropellaron a los godos, los atravesaron como si fueran mantequilla, los pasaron por encima, llegaron hasta la retaguardia, acuchillaron a diestra y siniestra, y se dedicaron a saquear los carros del enemigo.
Eran brutos esos gauchos. Brutos y valientes, pero aquel saqueo los distrajo y los dispersó. Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte.
Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques. Y con tanto batifondo, sabe qué, apenas nos dimos cuenta de que nuestra derecha estaba siendo derrotada y que armaban un gran martillo para atacarnos por ese flanco.
Nosotros, que estábamos un poco deshechos, nos encontramos entonces en el medio del terreno y haciendo prisioneros a cuatro manos. Unos y otros nos habíamos perdido de vista, y el general cabalgaba preguntando cosas y barruntando que las líneas estaban cortadas. Se cruzaba con dispersos de todas las direcciones y los interrogaba para entender si la batalla estaba ganada o perdida. Y todos le respondíamos lo mismo: "Hemos vencido al enemigo que teníamos al frente".
Belgrano permanecía grave como si nos hubiéramos vuelto locos o si le estuviéramos metiendo el perro. Ya no se oía ni un tiro, y mientras nuestro jefe regresaba a la ciudad, Tristán trataba de rearmarse en el sur. La tierra estaba llena de sangre y de cadáveres, y de cañones abandonados. Pero el peligro seguía siendo tanto que muchos patriotas debieron replegarse sobre la plaza, ocupar las trincheras y prepararse para resistir hasta la muerte. Creyendo aquel miserable godo que era dueño de la situación intimó una rendición y advirtió que incendiaría la ciudad si no se entregaban. Nuestra gente le respondió que pasarían a cuchillo a los cuatrocientos prisioneros. Ya sabían adentro que Belgrano venía reuniendo a la caballería.
Pasamos la noche juntando fuerzas, cazando godos, despenando agónicos y pertrechándonos en los arrabales. No tengo palabras para narrarle cómo fueron aquellas tensas horas. Una batalla que no termina es un verdadero suplicio, señor. Anhelábamos de nuevo que saliera el sol para que fuera lo que Dios quisiera. Era preferible morir a seguir esperando.
Al romper el sol, el general había juntado a 500 leales. No se oían ni los pájaros aquella madrugada del 25 de septiembre, y el jefe mandó entrar por el sur y formar frente a la línea del enemigo. Estábamos cara a cara y a campo traviesa. Eramos parejos y, después de tanta matanza, ahora el asunto estaba realmente para cualquiera. Fue Belgrano quien esta vez intimó una rendición. Les proponía a los realistas la paz en nombre de la fraternidad americana. Tristán le contestó que prefería la muerte a la vergüenza. Presuntuoso hijo de la gran puta, nos rechinaban los dientes de la bronca. "Han de estar nerviosos -dijo mi teniente-. Cuando un gallo cacarea es que tiene miedo."
Miramos a Belgrano esperando la orden de carga, pero el doctorcito tenía un ataque de prudencia. Tal vez pensara que no estaba garantizada una victoria, y que no podía arriesgarse todo en un entrevero. En esos aprontes y dudas estuvimos todo el santo día, maldiciéndolo por lo bajo y agarrados a nuestras armas. Por la noche los españoles se dieron a la fuga. Habían perdido 61 oficiales. Dejaban atrás más de seiscientos prisioneros, 400 fusiles, siete piezas de artillería, tres banderas y dos estandartes. Y lo principal: 450 muertos. Nosotros habíamos perdido 80 hombres y teníamos 200 heridos.
Belgrano ordenó que los siguiéramos y les picáramos la retaguardia. Los realistas iban fatigados, con hambre y sed, y en busca de un refugio. Y nosotros los perseguíamos dándoles sable y lanza, y escopeteando a los más rezagados. No le cuento las aventuras que vivimos en esas horas, entre asaltos y degüellos, entrando y saliendo, ganando y perdiendo, porque se me seca la boca de sólo recordarlo, señor mío.
Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Eramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande.
Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era "el sepulcro de la tiranía". La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío.
Nosotros tampoco sabíamos, la verdad, que habíamos salvado la revolución americana, ni que el cielo había guiado el juicio de nuestro estratega ni que Dios había mandado aquellos vientos y aquellas langostas. Recuerde: éramos la simple soldadesca y no creíamos en milagros. Veníamos de merendar godos y altoperuanos por la planicie y todo lo que queríamos en ese momento era un vaso de vino y un lugar fresco a la sombra. Pero mirábamos a ese jefe inexperto y frágil y lo veíamos como a un gigante. Y lo más gracioso, vea usted, es que a pesar del cuero curtido y el corazón duro de cualquier soldado viejo, a muchos de nosotros empezaron a corrernos las lágrimas por el morro. Porque Belgrano era exactamente eso. Un gigante, señor. Un gigante.
Por Jorge Fernández Díaz
Manuel Belgrano a corazón abierto. -25 -09 - 2025.
BATALLA DE TUCUMÁN
Por Esteban Domina.
La batalla que salvó la causa independentista se libró el 24 de septiembre de 1812 en territorio tucumano.
Se atravesaba un momento harto difícil, con varios frentes abiertos y el asedio constante de los realistas ansiosos por recuperar sus dominios coloniales. La primera campaña al Alto Perú —la actual Bolivia— había concluido tras la derrota de Huaqui en junio de 1811. En marzo de 1812, Manuel Belgrano asumió el mando del Ejército del Norte en San Salvador de Jujuy. No tardó en comprobar que con esa fuerza maltrecha y alicaída resultaría imposible frenar el avance del enemigo y, en la emergencia, ordenó el éxodo, ese grandioso momento épico en que el heroico pueblo jujeño acompañó al ejército patriota, dejando tierra arrasada al enemigo.
Belgrano tenía órdenes del Primer Triunvirato de replegarse hasta Córdoba, dejando las provincias del norte a merced del enemigo que bajaba desde el Alto Perú. El mismo Triunvirato que le había prohibido usar la bandera celeste y blanca enarbolada en Rosario. En San Miguel de Tucumán, consciente de lo que estaba en juego y de la suerte que correría si las cosas salían mal, alentado por autoridades y pueblo tucumano, decidió no acatar la orden superior y presentar batalla allí mismo. La temeraria decisión fue respaldada por su Estado Mayor integrado, entre otros, por Juan Ramón Balcarce, Eustoquio Díaz Vélez, Gregorio Aráoz de Lamadrid, José María Paz, Manuel Dorrego, Martín Rodríguez, Cornelio Zelaya, Rudecindo Alvarado y el barón de Holmberg, quienes tenían a su cargo alrededor del millar y medio de hombres con que contaba la fuerza.
Lo comunicó al gobierno, exponiendo sus razones a corazón abierto, sin dobleces, como era su costumbre: “Retirarme más, e ir a perecer es lo mismo y poner a la Patria en el mayor apuro (…) El único medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la Plaza para concluir con honor; esta es mi resolución que espero tenga buena ventura, cuando veo que la tropa está llena de entusiasmo con la victoria del 3, y que mi Caballería se ha aumentado con hijos de este suelo que están llenos de ánimo para defenderlo”.
El combate se libró el 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras, un solar próximo al entonces casco urbano de San Miguel de Tucumán donde se realizaban las habituales cuadreras. Aquel día chocaron un ejército rearmado como mejor se pudo, reforzado por milicias locales, y otro, el realista —comandado por Pío Tristán— que lo duplicaba en número y profesionalidad. El valeroso pueblo tucumano aportó caballadas y suministros para equilibrar las fuerzas, pero aun así el resultado era incierto. Mientras los de Tristán se aproximaban, civiles y soldados tuvieron que cavar fosos y emplazar cañones para defender la plaza e improvisar contra reloj pertrechos y armas caseras, enastando sus propios cuchillos en palos y tacuaras para fabricar lanzas. Era mucho lo que estaba en juego, y hasta el último paisano lo sabía. Coraje y patriotismo era lo que sobraban.
La batalla fue intensa; a la carga de la valerosa caballería gaucha tucumana siguió el combarte cuerpo a cuerpo, tumultuoso y de trámite desordenado por momentos; a la confusión general se unieron fuertes ráfagas de viento y la irrupción de una manga de langostas que oscureció el día, nublando la visión. Al caer la tarde reinaba la confusión; la acción se había trasladado a la ciudad y Belgrano se hallaba fuera, recibiendo informes disímiles de sus oficiales. Finalmente, el triunfo quedó del lado de los patriotas y al día siguiente el ejército realista emprendió la retirada, volviendo sobre sus pasos hacia Salta.
Belgrano, un hombre creyente, escribió en el parte de guerra: “La Patria puede gloriarse de la victoria que han obtenido sus armas el 24 del corriente, día de Nuestra Señora de la Merced, bajo cuya protección nos pusimos”. La nombró Generala del Ejército y le entregó el bastón de mando, tal como puede apreciarse en el vitral de la basílica de Nuestra Señora de la Merced en la ciudad de Tucumán. A continuación, reconocía los méritos de quienes habían hecho posible la victoria: “Desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación se han comportado con el mayor honor y valor. Al enemigo le he mandado perseguir, pues con sus restos va en precipitada fuga”.
Fue la batalla más importante de la guerra de la Independencia que se libró dentro del territorio actual de la República Argentina. El apartamiento del plan original, rayano en la desobediencia, había dado sus frutos: se logró frenar el avance del enemigo y revertir el clima derrotista de las instancias previas. Aquella victoria providencial no sólo permitió remontar una situación militar desfavorable, sino que, en el plano político, salvó el curso errático de la campaña independentista que tras sucesivos fracasos pendía de un hilo.
¡Honor y gloria al Ejército del Norte y al heroico pueblo tucumano!
martes, 23 de septiembre de 2025
Belgrano donó 40.000 pesos para construir escuelas.-23-09-2025-
Un Día Como Hoy Belgrano donó el premio de 4O.OOO pesos.
31 de Marzo de 1813 , El Gral Belgrano escribe desde Jujuy que dona su premio de $ 40.000 otorgado por la asamblea del año XIII , por ganar la batalla de Salta , salvando la revolución y consolidando la independencia , para la construcción de 4 escuelas públicas y gratuitas en Tarija , Santiago Del Estero , Jujuy y Tucumán. Hay que recordar el creador de la Bandera, ya donaba la mitad de su sueldo como Gral del ejército del Norte , su sueldo total era de $ 1000 por año , pero Obsequio a la patria la mitad de su sueldo , vivía sólo con $ 500 anuales . Eso quiere decir que si se quedaba con su premio , Muy merecido y justo podría haber vivido tranquilo y sin necesidades por unos 80 años. Sin embargo lo dio todo y más por la Patria , muriendo en la pobreza absoluta y con muchísimos sueldos adeudados por parte del gobierno. "... Es ahora o nunca , aprendamos de los grandes que pelearon y lo dieron todo por el otro , buscando siempre el bien común ...".
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