martes, 30 de julio de 2019

La hija tucumana de Belgrano. - 30 - 07 - 2019 -

La hija tucumana de Belgrano

Los amores del creador de la bandera con la tucumana Dolores Helguero 

dieron por fruto una hija mujer, Manuela Mónica.

20 Jul 2014- Por Carlos Páez de la Torre H
Fue durante el segundo mando en jefe del Ejército del Norte, que el general Ma
nuel Belgrano tuvo su más larga permanencia en San Miguel de Tucumán, donde
 quedó acampada la fuerza entre 1816 y 1819. Su cargo militar y su prestigio de
 vencedor de Campo de las Carreras, lo convertían, lógicamente, en el personaje
 de mayor relieve de la ciudad. Así, aunque residía en la modesta vivienda que
 edificó junto al cuartel de la Ciudadela, era el invitado de honor en todas las ca
sas del vecindario.

Entre ellas, la de don Victoriano Helguero (y no Helguera, como es la errata fre
cuente) y su esposa María Manuela Liendo. Según el historiador Ventura Murga
 (muchas de cuyas referencias y citas usamos para esta nota) la residencia de los
 Helguero estaba en la hoy esquina San Martín y Maipú, donde se alza el edificio
 del Banco de la Nación.

El segundo de los seis hijos de don Victoriano y doña María Manuela era una mu
jer, María de los Dolores Helguero. Había nacido en 1798, de manera que en
1816 tenía 18 años.

Amores del generalSensible siempre a los encantos femeninos, en algún momento entre 1816 y 
1818, el general inició un amorío con María Dolores, a quien llevaba 28 años.
 Es difícil pensar que pudieran –si lo quisieron- mantener la relación en secreto. 
Dadas la pequeñez de la aldea y la notoriedad del general, es más que probable
 que el romance fuese conocido por todos a poco de empezar, y mirado con com
placencia. Belgrano era solterón y parecía grato que una tucumana lo hiciera cam
biar de estado. 

Pero los comentarios se convirtieron en escandalizada murmuración en los último
s meses de 1818, cuando fue visible que María de los Dolores estaba embaraza
da y no se hablaba de boda. A todo esto, Belgrano no pudo acompañarla hasta 
el final del trance. Es sabido que le ordenaron marchar con el Ejército a Santa Fe,
 para apoyar al gobierno central, enfrentado con el caudillo Estanislao López. 

Nace Manuela MónicaPartió entonces con toda la fuerza, en febrero de 1819. En su ausencia, el 4 de 
mayo, Dolores alumbró a una niña, que tres días más tarde fue bautizada con el
 nombre de Manuela Mónica del Corazón de Jesús. Los padrinos fueron la abuela
 materna, María Manuela Liendo de Helguero y el tío Pedro Celestino Liendo.

Es conocido que la campaña contra López terminó provisionalmente con un armis
ticio. Ese mismo mes de mayo, Belgrano contramarchó con el Ejército hasta Cór
doba, y acampó en la Cruz Alta, junto al Río Tercero. Estaba bastante enfermo
 cuando decidió renunciar al mando y entregarlo al coronel mayor Francisco 
Fernández de la Cruz, el 11 de septiembre. Se dirigió entonces a Tucumán. 
A comienzos de octubre, estaba en la ciudad. Su hija tenía ya cinco meses.

Cartas, no visitas¿Por qué Belgrano no se casó con María Dolores cuando ella quedó encinta,
 para evitarle el baldón social que en esa época caía sobre la madre soltera? ¿No
 pudo hacerlo por su enfermedad, o porque se consideraba demasiado viejo? ¿O
 directamente no quiso asumir el compromiso? Es terreno para muchas conjetu
ras. 

Lo cierto es que más tarde -en fecha imprecisa por falta de documentos- María
 de los Dolores se casó con un pariente, Manuel Rivas. Es tradición que don
 Victoriano la obligó a hacerlo. Tuvieron hijos, no se sabe cuántos, pero fueron 
más de uno. Vivían en el interior de Catamarca. Rivas la abandonó años después
: se fue a Bolivia y no se supo más de su persona.

La niña Manuela se criaba en la casa de los Liendo. Al parecer, Belgrano no la 
visitó durante los cinco meses escasos que estuvo en Tucumán desde su regreso
 de Córdoba. Según Marcelino de la Rosa, esposo de Gertrudis Liendo, el gene
ral consideraba que “no debía, por moralidad y por el rango que ocupaba, pregun
tar directamente por su hija, aunque se dirigiese a un amigo íntimo”. Escribía a 
diario, desde la Ciudadela, al padrino Pedro Celestino, requiriendo datos de la 
niña.

“Mi ahijadita”Sabemos que estaba enfermo y empobrecido, y que debió soportar los atropellos
 del golpe armado de Abraham González, en noviembre de 1819. Decidió enton
ces regresar a Buenos Aires. Tiempo antes, el 22 de enero de 1820, dirigió una 
nota al Cabildo de Tucumán. Expresaba que su cuadra de terreno en la Ciudade
la, “con todo lo en ella edificado por mí, pertenece por derecho de heredad a mi 
hija doña Manuela Mónica del Corazón de Jesús”. 

Sería el único documento, conocido hasta ahora (pero sólo por cita, pues el 
original no está en el Archivo Histórico de Tucumán) donde reconoce explícita
mente su paternidad. A comienzos de marzo, inició el penoso viaje a Buenos 
Aires.

Hay una carta inédita de Belgrano, escrita durante el trayecto y dirigida a Pedro
 Celestino Liendo. Está fechada el 2 de abril, en “la costa de San Isidro”. Trata a
 Liendo de “cumpa”, o sea compadre, y de “cuma” a su esposa. Pero al referirse
 a Manuela Mónica, no la llama hija sino ahijada. “No dejen de darme noticias de
 mi ahijadita; usted puede imaginarse cuánto debe interesarme su salud y bienes
tar en todo aspecto”, escribe el general.

Encargos sobre la niñaLlega a Buenos Aires el 10 de abril y morirá el 20 de junio de 1820. En su testa
mento, expresa que “soy de estado soltero y que no tengo ascendientes ni des
cendientes”. Pero, dice Bartolomé Mitre, dejó a su hermano, heredero y albacea,
 el canónigo Domingo Belgrano “el encargo secreto de que pagadas todas sus 
deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor de su hija natural, lla
mada Manuela Mónica, que de edad de poco más de un año, había dejado en 
Tucumán”, recomendándole que “hiciera con ella las veces de padre y cuidara de
 darle la más esmerada educación”.

Cuatro años más tarde, el canónigo Belgrano escribía a Miguel, otro de sus her
manos. Le indicaba que cobrase el rédito del dinero que el Gobierno debía al ge
neral y, lo emplease “en la educación física y moral y en el mantenimiento y ves
tuario de la niña D. Manuela Mónica que se halla en la edad de 5 años y debe 
residir en Tucumán en poder de Dolores Helguero y Liendo”. Debía hacer con ella
 “las veces de padre” hasta que se casara, sin omitir nada “para que la dicha niña
 reciba la más distinguida educación en todo respecto”. 

Manuela en Buenos AiresMás explícito sobre la paternidad, será el testamento que en 1848 redacta Joa
quín Belgrano, otro hermano del general. Lega una valiosa propiedad en Buenos 
Aires, en la calle Victoria, “a favor de mi sobrina doña Manuela Belgrano, hija de 
mi hermano el señor general Don Manuel Belgrano”. 

En fin, la niña Manuela Mónica partió a Buenos Aires a fines de 1825, para vivir 
con la familia Belgrano. Consta que en noviembre de ese año su madre, María 
de los Dolores Helguero (ya de Rivas) recibió 68 pesos enviados por Juana Bel
grano de Chas –hermana del general- para “el avío y demás gastos” necesarios
 para la marcha de la niña a la capital. Viajó a cargo de Francisca Mansilla.

Desde entonces residió en Buenos Aires. Nunca volvió a Tucumán, aunque se 
escribía con Marcelino de la Rosa, yerno de su padrino Pedro Celestino Liendo.
 En carta a un amigo, Manuela contó que Bernardino Rivadavia la visitaba, y le
 pedía que se parase junto al retrato de Manuel Belgrano, para asombrarse del 
gran parecido físico.

El casamientoRivadavia le acordó una pensión mensual, que el gobierno de Juan Manuel de 
Rosas dejó sin efecto. Parece haberse exiliado en Montevideo, en 1848. Ya 
vuelta a Buenos Aires, Manuela Mónica se casó con Manuel Vega Belgrano (que
 firmaba “Manuel B. Belgrano”), posible pariente de su padre. Vega Belgrano se
 había establecido en el Azul, donde fue juez de paz. Tuvo una pulpería, luego un
 almacén de ramos generales, y pasó finalmente a explotar con éxito los campos
que adquirió allí y en Olavarría. 

El matrimonio tuvo tres hijos, dos varones y una mujer. Los varones, Manuel Félix
 
y Carlos Miguel, no tuvieron descendencia. Sí las tuvo la hija mujer, Flora Vega
-Belgrano. Se casó con su primo segundo, Juan Carlos Belgrano-Martínez.
 Tuvieron varios hijos. Llegaron a la edad adulta tres: Manuel, militar, soltero; 
Carlos Néstor, casado con Felisa Ledesma Saavedra, con sucesión, y Mario, 
abogado, esposo de Blanca Cigorraga Pondal, también con sucesión.

El finalLa nieta de Mario Belgrano, llamada Blanca Luz Belgrano-Manson, guarda hoy
 papeles de familia. Entre ellos, aquella carta fechada en “la costa de San Isidro”,
 de la que hemos citado un párrafo. Nos facilitó gentilmente la copia fotográfica y
 valiosos retratos, por medio de Susana Lucinda Uriarte de Louge.

Según Rafael Palomeque, era Manuela Mónica Belgrano “de inteligencia nada 
vulgar”. Había sido educada con esmero y conocía el francés y el inglés. Mujer 
generalmente dulce, tenía un “genio pronto, que perturbaba a veces su ritmo 
interior y su suavidad externa”. Se decía que Juan Bautista Alberdi estaba entre 
quienes la cortejaron en los años de juventud.

Manuela Mónica Belgrano de Vega Belgrano murió en febrero de 1866, luego de 
soportar muchos problemas de salud. Su esposo, en carta a Marcelino de la
 Rosa, le informó “el fallecimiento de mi pobre Manuela”. Narraba que, luego
 “de un año de estar postrada, sufriendo cuanto usted puede imaginarse de dolo
roso y cruel”, concluyó su vida “el día 5 del presente, a las siete y media de la 
mañana, dejándome un vacío imposible de llenar”.

(Cfr. Tenemos Ejemplos.Difusión para docentes y alumnos. Prof. Lic. Luis Angel Maggi).
 

Los hijos de Belgrano. Pedro Pablo y Manuela Mónica.-30-07-2019-

Asociación Belgraniana de Morón .30 - 07 - 2019.
El hijo de Belgrano.
29 de julio de 1813: Nace Pedro Pablo Rosas y Belgrano, primer hijo de Belgrano.
La madre de Pedro era María Josefa Ezcurra, una dama de buena posición social y económica, casada con su primo Juan Esteban de Ezcurra (n. Pamplona de Navarra, España). Después de nueve años de matrimonio, sin hijos, y disconforme con la Revolución de Mayo, Ezcurra se exilió en su patria, negándose María a acompañarlo. Aunque nunca la volvió a ver, Juan Esteban la nombraría su heredera.
María Josefa fue novia de Belgrano cuando tenía 16 años, desde 1802 a 1803. Sin embargo, su padre la casó con su primo. Cuando Belgrano fue nombrado general en jefe del Ejército Auxiliar del Perú —o Ejército del Norte— luego de crear la Bandera Nacional en Rosario, María Josefa partió a su encuentro, producido en los primeros días de mayo de 1811 en San Salvador de Jujuy, luego de 45 días de viaje, permaneciendo a su lado durante tres meses allí y posteriormente en el Éxodo Jujeño, combate de Las Piedras y batalla de Tucumán. En octubre concibió un hijo en San Miguel de Tucumán —donde residieron desde septiembre de 1812 a finales de enero de 1813— que nacería en la estancia de unos amigos en Santa Fe.
Fue bautizado con el nombre de Pedro Pablo y anotado como huérfano en la catedral de Santa Fe; se ignora si el niño conoció a su padre. Fue inmediatamente adoptado por su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con el estanciero Juan Manuel de Rosas. Desde entonces sería conocido como Pedro Pablo Rosas. En 1833, al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado por Juan Manuel de Rosas de su verdadero origen, cumpliendo éste el expreso pedido de Belgrano. A partir de entonces, incorporó su apellido biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Tuvo una educación limitada en la capital, y muy joven pasó al campo y a la frontera con los indígenas.
Fue un militar que tuvo actuación en la guerra contra los indígenas y en las luchas civiles de la década de 1850.
Falleció en Buenos Aires en septiembre de 1863.
Asociación Belgraniana de Morón.-

domingo, 28 de julio de 2019

La amistad entre Belgrano y San Martín. 28- 09 2019.-


La amistad entre Belgrano y San Martín 

Diario el Norte.- Resistencia .- Domingo  28 de Julio, 2019.

En la poblada galería de próceres nacionales, sin lugar a dudas, las figuras de San 
Martín y Belgrano ocupan los lugares más destacados en la admiración de los 
argentinos, tanto por sus acciones como por sus virtudes personales. Hay un lapso en 
los orígenes de la historia argentina en el que sus vidas se relacionan para compartir 
un ideal que se convierte en motor de los acontecimientos: la independencia definitiva
 del dominio español.



Un objetivo que, en ambos, es lo suficientemente vigoroso como para hacerles olvidar sus propias vidas, sus males físicos y espirituales y las penurias y vicisitudes de una situación cercana a la anarquía, realizando por él los más sublimes sacrificios porque, como diría Belgrano en 1817 “no hay otro arbitrio que trabajar hasta que demos fin a nuestra grande obra.”. 
Afortunadamente existen fuentes a través de las cuales es posible reconstruir esta amistad: aproximadamente un medio centenar de cartas intercambiadas entre 1813 y 1819, en archivos o publicadas en obras especiales. El número de piezas existentes y la comprobación de que hubo otras, que se mencionan o a las que se da respuesta, nos revelan que la correspondencia fue abundante. Las cartas de Belgrano muestran un estilo familiar, son efusivas y ricas en información; las de San Martín más breve, son de estilo más sobrio aunque no exento de emotividad.
Las frases con las que se encabezan las cartas nos muestran que la amistad crece y se afirma con el tiempo. En los primeros años será Mi amigo, Mi querido amigo y compañero, y más adelante Mi amado amigo, Mi hermano. Comprobamos que se vieron pocas veces, pero que entre ellos existió una gran afinidad espiritual y, por sobre todas las cosas, la búsqueda de un ideal superior: la libertad de la Patria.
La relación se inició en los últimos meses de 1813, cuando aún no se conocían personalmente. En septiembre, antes de Vilcapugio y Ayohuma, Belgrano, jefe entonces del Ejército del Norte escribía a San Martín contándole las dificultades que debía enfrentar en su cargo, no siendo militar de carrera: “Por casualidad, le dice, o mejor dicho porque Dios lo quiere, me hallo de general... no ha sido ésta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta obligación “
Y luego, la frase que constituye nuestro punto de partida: “jamás me quitará Ud. el tiempo y me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos conocimientos para ser útil a la Patria que es todo mi deseo...” San Martín era, en ese momento, el brillante coronel que había llegado a la Patria y acababa de confirmar sus dotes militares venciendo con sus granaderos a las tropas de desembarco de los realistas en el combate de San Lorenzo.
Para Belgrano era su posible apoyo y cuando llegó la hora de las derrotas decisivas de Vilcapugio y Ayohuma se convirtió en su única esperanza. Pedirá entonces al gobierno la designación de tropas auxiliares al mando de San Martín “desprendiéndose de su amor propio” como lo confiesa en carta a Arenales. Nadie ponía en duda que se necesitaba un hombre prudente, mesurado, de profundos conocimientos técnicos y estratégicos, capaz de organizar un frente defensivo al avance realista y con quien quizás se podía lograr hacerlo retroceder.
Sólo San Martín reunía esas condiciones. La situación de Belgrano era grave en extremo: un general derrotado, un hombre vencido, más que por sus fracasos militares, por la amargura de comprender que dirigía un ejército en el cual había cundido la decepción, el desorden, la rebeldía y toda clase de vicios, en una palabra: el caos. Desacreditado casi para todos, sólo un hombre lo juzgaba equitativamente y era ése, precisamente, el que tenía que reemplazarlo.
Esta frase de San Martín, en carta a Tomás Guido, es tal vez el mayor elogio que Belgrano haya podido recibir acerca de su actuación militar, tan criticada e injustamente considerada por sus contemporáneos:”...es el más metódico que conoce nuestra América, lleno de integridad y talento; no tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es lo mejor que tenemos en la América del Sud.”
San Martín fue designado para el cargo y fue inmensa la alegría que expresaba Belgrano diciendo: “Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante en que Ud. se me acerca...Vuele... si es posible, la Patria necesita que se hagan esfuerzos singulares y no dudo de que Ud. los ejecute... Crea que no tendré mayor satisfacción que el día en que logre estrecharlo entre mis brazos y hacerle ver lo que aprecio el mérito y la honradez de los buenos patriotas como Ud.”
Durante un mes y a medida en que el ejército auxiliar avanzaba , se sucedieron las cartas de Belgrano conteniendo datos sobre el enemigo y el terreno y comentarios sobre jefes y oficiales. Su llegada era esperada con mucha ansiedad. “Deseo mucho hablar con Ud., decía, de silla a silla, para que tomemos los medios más acertados y formando nuestros planes, los sigamos sean cuales fueren los obstáculos que se nos presente, pues sin tratar con Ud. a nada me decido”.
En enero de 1814 alcanzó San Martín al ejército en retirada y es posible que, como dice la tradición, Yatasto haya sido el escenario del primer encuentro de dos jefes que, sin conocerse, se admiraban. Belgrano designó segundo jefe a San Martín y le encomendó que procediese al arreglo, disciplina y organización de la tropa. El gobierno ordenó a Belgrano que bajase a Córdoba para someterlo a juicio y nombró a San Martín jefe del ejército.
A pesar de la orden oficial, San Martín lo retuvo durante más de un mes, porque sabía que sólo Belgrano podía instruirlo sobre la realidad estratégica, política, económica y social con que debía enfrentarse. San Martín reorganizó las tropas imponiendo la férrea disciplina que anteriormente había dado a sus granaderos. En su última carta antes de retirarse del ejército del Norte, Belgrano encomienda a San Martín su más sublime creación: la bandera de la Patria y le solicita que la enarbole cuando todo el ejército se forme.
Le pide que no deje de implorar a la Virgen de las Mercedes, nombrándola Generala y que en todo vele porque se respete la religión católica, recodándole que es un general cristiano y poniendo como ejemplo a los grandes generales paganos que nunca dejaron de implorar a sus dioses en la guerra. De allí en más los cauces de sus vidas se separan temporariamente. Para Belgrano vendrá el proceso por sus derrotas, del que saldrá sobreseído no hallándose ningún cargo en su contra.
Luego, la misión diplomática a Europa conjuntamente con Rivadavia, la que fracasará en su intento de lograr el reconocimiento de la independencia argentina. Más tarde, a comienzos de 1816 su designación como Jefe del Ejército de Observación para operar contra los anarquistas del Litoral. A San Martín, su enfermedad muy pronto lo alejará del mando del Ejército del Norte, al que en muy poco tiempo había logrado reorganizar.
Córdoba será el lugar elegido para recuperarse y en ese tiempo, propicio para la reflexión adquirirá la convicción de que la ruta del Desaguadero no era el camino para llegar a Lima, confirmando la opinión de Belgrano que en varias ocasiones así se lo había manifestado. Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma eran dolorosas pruebas de ello. Poco antes de hacerse cargo del Ejército del Norte, San Martín había visto un proyecto elaborado por un oficial del ejército de Belgrano según el cual era conveniente enviar una expedición desde Valparaíso a Lima.
Aunque el plan era irrealizable por varios motivos, la idea estratégica interesó a San Martín y entre mayo y agosto de 1814 acabó de convencerse de que era la única vía posible. En adelante, el ideal tendría un plan y desde su cargo de gobernador de Cuyo para el que fuera designado, San Martín se encargaría de concretarlo. La reunión del Congreso de Tucumán los encontraría nuevamente unidos.
Es reconocida como decisiva la influencia de San Martín y Belgrano para provocar el memorable pronunciamiento que consagró nuestra independencia. En cuanto a su común tendencia monárquica-representativa como medio de concretar la organización, aunque en algún momento apareció ridícula para algunos, era la única que, creían, podía poner orden en el caos político que día a día se intensificaba por rencillas locales y deseos de autonomía.
Al año siguiente tiene lugar la exitosa campaña de San Martín en Chile. Producida la victoria de Chacabuco, San Martín escribe dando parte de los sucesos y Belgrano le responde expresando las felicitaciones de pueblo y ejército a sus compañeros que “han cubierto de gloria las armas de la Nación, sacando a nuestros hermanos de la opresión y afianzando la independencia de la América del Sud” Y cuando la suerte es adversa en Cancha Rayada, Belgrano expresa su preocupación por el Libertador.
Pide a Tomás Guido: “... aliéntelo y dígale que, a pesar de todo, no hay hombre de armas que no lo vea con aprecio y que no se haga cargo de que no ha estado en sus manos el resultado”. Luego de Maipú, Belgrano escribe a San Martín: “Nunca se manifiesta el sol con más brillantez que después de una tempestad... Al enemigo, fascinado por el triunfo, no se le ocurrió pensar que aún existía el general San Martín y que, capaz de transmitir su heroísmo al último de sus subalternos haría prodigios, aún con la espada al cuello.”
Y lo exhorta a que “siga dando gloria a la Nación y asegure, como nos prometimos, su independencia”. En agosto de 1817, desde Santiago de Chile, San Martín comunicaba a Belgrano sus planes para la expedición al Perú y solicitaba su opinión para variarlos si fuera necesario, al mismo tiempo que enviaba instrucciones. Para la organización interna de los cuerpos del ejército del Norte, misión que el gobierno había encomendado entonces al creador de la bandera.
Este respondía aprobando la idea de atacar a Lima, previo dominio del mar, haciendo consideraciones acerca del número de hombres necesarios para ejecutar la empresa y los posibles lugares de desembarco. El mejoramiento cultural y técnico de los oficiales de sus respectivos ejércitos era la preocupación principal de ambos jefes. San Martín enviaba libros sobre temas militares, cuya lectura, estimaba, resultaría provechosa. Belgrano comenzaba la publicación de un diario militar con el objetivo de actualizar a sus oficiales.
El Libertador se suscribía con cien ejemplares para su ejército, los que le fueron remitidos sin cargo porque “mucho nos falta tener buenos oficiales instruidos en cuanto deben saber” Hacia 1818 ambos están enfermos, “mortificados por sus achaques”, pero comprenden la necesidad de superarlos para concluir la obra comenzada. Belgrano aconseja en todo momento a San Martín que cuide su salud porque dice “...ya Ud. no es de sí mismo, es de la gran causa, no hay remedio... es a Ud. a quien toca ponerle fin”. Y repite insistentemente “su vida vale por muchos ejércitos”.
La salud de San Martín empeora hacia fines de ese año y comunica a Belgrano sus intenciones de pedir el relevo del mando del ejército. Ante esta noticia, Belgrano le insiste en que no debe dejar el mando por ningún motivo: “No importa que no pueda operar activamente, basta que los enemigos sepan que está Ud. allí y que los soldados lo vean o lo oigan” Y le pide que continúe en la lucha diciendo: “...si mi amistad merece lugar en la voluntad de Ud., le conjuro por ella y por la Patria que se traslade a Chile.”
El año diecinueve los halla preocupados por la situación anárquica en que se hallaba el país, de la que Belgrano se lamenta diciendo: “No me hace tanto padecer el estado físico de estas provincias como su salud moral”. El peligro que las contiendas civiles entrañaba, hizo que Belgrano suministrara escoltas de su ejército para acompañar desde Córdoba a la esposa de San Martín y a su hija que regresaban de Mendoza después de haber pasado algunos meses en compañía del General.
En Rosario, Belgrano las detiene para que Remedios recuperase su quebrantada salud y hasta que se dieran las circunstancias propicias para proseguir el viaje. Apenas lo hacen, escribe al Libertador dando noticias de su esposa y de la “preciosa y viva Merceditas” El año 1820, trágico en los anales argentinos, será el de la muerte de Belgrano que sobrevendría acompañada de la angustia de ver a la Patria sumida en el más terrible desorden y comprometida su libertad. Para San Martín llegará la hora decisiva.
Dos meses más tarde iniciará la gesta gloriosa que concluirá con el dominio español en el Perú y posibilitará la concreción del ideal perseguido por ambos durante seis años de ejemplar amistad. Se cumplirá el vaticinio de Belgrano que había afirmado que correspondía a San Martín el poner fin a la gran causa. El ejemplo es claro y habla por sí mismo. La amistad es un sentimiento que ennoblece al ser humano. Su acción une las almas, acorta distancias, borra diferencias materiales.
Y cuando esa amistad tiene por objetivo la persecución de un ideal superior, sus efectos alcanzan dimensiones insospechadas, cercanas a lo religioso y ayudan a sobrellevar el dolor y la adversidad. Nuestros dos próceres máximos fueron amigos, se unieron en el objetivo de lograr la libertad y, robustecidos por el sentimiento de amor a la Patria aunaron esfuerzos y lucharon por él. Conocieron las penurias, la estrechez económica, la maledicencia y la calumnia, olvidaron en la lucha males físicos y espirituales y emergieron de ella victoriosos, ennoblecidos, purificados en el recuerdo de las generaciones posteriores. La amistad que los unió, constituye un ejemplo más que nos legaron.

San Martín y Cabral en San Lorenzo. - 28 - 07 - 2017 -

Revisionismo Histórico Argentino. - 28 - 07 - 2019 -
San Martín está atrapado debajo de su caballo moribundo por la metralla realista, Baigorria mata a los soldados enemigos que querían ultimar al Libertador, mientras otro que estaba fuera de su alcance corre con su bayoneta hacia el Padre de la Patria.
Muchos esclavos negros fueron "donados" por sus amos a los ejércitos patriotas, como se podía donar una mula o un rifle, quizás ese haya sido el caso de este héroe de la Patria.
Ni siquiera era sargento, era un soldado raso porque la valentía no necesita rangos.
A muchos de esos esclavos negros les debemos nuestra libertad, dicen que San Martín después de finalizada la Batalla de Chacabuco al ver el campo sembrado de cadáveres exclamó con tristeza: "Mis pobres negros".
El 3 de febrero de 1813 Cabral ofreció su vida en San Lorenzo.
Se dice que gritó luego de ser herido mortalmente por la bayoneta realista: ”Avyá amanó ramo yepé, ña jhundi jhegere umí tytaguá" (Déjenme compañeros. Que importa mí vida? Vayan ustedes a pelear, que somos pocos)
Así rechazó la ayuda de sus compañeros en medio del combate.
La historia oficial opacó su sacrificio porque ocultó que era negro, esclavo y un simple soldado. Características que lo engrandecen aún más, pero la pluma mitrista reparó más en las "apariencias" que en la verdad.
Su sacrificio parió patria y jamás será olvidado.
@Tano2412