jueves, 25 de septiembre de 2025
Belgrano. Tucumán. El milagro de las langostas. -25 - 09 - 2025-
"El milagro de las langostas"
A 209 años de la asombrosa BATALLA DE TUCUMÁN que ganó Manuel Belgrano.
Autor: Jorge Fernández Díaz.
Vea usted: teníamos todo para perder aquel día, pero igual nos moríamos de ganas por salir a degollar. Todavía no había amanecido, y el general iba y venía dando órdenes en lo oscuro. Cualquiera de nosotros, la simple soldadesca de aquella jornada, sabía que nuestro jefe no tenía ni puta idea sobre táctica y estrategia militar. Que era hombre de libros y de leyes, pero que había aceptado obediente el reto de conducir el Ejército del Norte y pararles el carro a los godos.
También sabíamos, de oídas, que al enemigo lo manejaba con rienda corta un americano traidor: Pío Tristán, nacido en Arequipa e instruido en España; nos venía pisando los talones con 3000 milicos imperiales y habíamos tenido que vaciar y quemar Jujuy para dejarles tierra arrasada. Muy triste, vea usted. Fue en los primeros días de agosto de 1812. Y el general les ordenó a los pobladores que tomaran lo que pudieran y destruyeran todo lo demás.
Le digo la verdad: el que se retobaba podía ser fusilado sin más trámite. No había muchas alternativas. Ayudamos a arrear el ganado y a quemar las cosechas. Yo mismo lo vi con estos mismos ojos, señor: al final cuando no quedaba nada ni nadie Belgrano salió a caballo de la ciudad y se puso a la cabeza de la columna. Ibamos en silencio, con sabor amargo, y tuvimos que cruzar tiros cuando una avanzada de los españoles jodió a nuestra retaguardia a orillas del río Las Piedras. El general mandó a la caballería, a los cazadores, los pardos y los morenos. Meta bala y aceros. Y al final, a los godos no les daban las piernas para correr, señor, se lo juro. Sospechábamos que nos habían atacado con muy poco, pero nosotros veníamos de capa caída: darles esa leña y salir victoriosos fue un golpe de orgullo.
Voy a decirle la verdad: cuando Belgrano se hizo cargo éramos un grupo de hombres desmoralizados, mal armados y mal entretenidos. Y al llegar a Tucumán no crea que habíamos mejorado mucho, aunque marchábamos con la moral en alto. Ahí lo tiene a ese doctorcito de voz aflautada: nos acostumbró a la disciplina y al rigor, y nos insufló ánimo, confianza y dignidad. Aunque en las filas no nos chupábamos el dedo, señor. Pío Tristán nos perseguía con legiones profesionales, sabía mucho más de la guerra y caería sobre nosotros de un momento a otro.
Nos enteramos por un cocinero que incluso el gobierno de Buenos Aires le había dado la orden a Belgrano de no presentar batalla y seguir hasta Córdoba. Pero el general había resuelto desobedecer y hacerse fuerte en Tucumán. Adelantó oficial y tropas con la misión de que avisaran al pueblo que ya entraban para conquistar el apoyo de las familias más importantes y también para reclutar a todo hombre que pudiera empuñar un arma.
Había pocos fusiles, y casi no teníamos sables ni bayonetas, así que cuatrocientos gauchos con lanzas y boleadoras pusieron mucho celo en aprender los rudimentos básicos de la caballería. Nosotros los mirábamos con desconfianza, para qué le voy a mentir. "¿Y estos pobres gauchos qué van a hacer cuando los godos se nos vengan encima?". La teníamos difícil, no sé si se da cuenta. Y estuvimos algunos días fortificando la ciudad, armando la defensa, cavando fosos y trincheras, y haciendo ejercicios. "Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza para concluir con honor", les dijo Belgrano a sus asistentes. La noticia corrió como reguero de pólvora. No tiene usted idea lo que es aguardar la muerte, noche tras noche, hasta el momento de la verdad. Le viene a uno un sabor metálico a la boca, se le clava un puñal invisible en el vientre y se le suben, con perdón, los cojones a la garganta. Uno no piensa mucho en esas horas previas. Sólo desea que empiece la acción de una vez por todas y que pase nomás lo que tenga que pasar.
El general finalmente nos puso en movimiento en la madrugada del 24. Avanzamos en silencio absoluto hasta un bajío llamado Campo de las Carreras y ahí estábamos juntando orina y con ganas de salir a degollar cuando apareció el sol y comprobamos que los tres mil imperiales nos tenían a tiro de cañón.
Miré por primera vez a Belgrano en ese instante crucial, señor, y lo vi pálido y decidido. Hacía tres días nomás le había enseñado a la infantería a desplegar tres columnas por izquierda mientras la pobre artillería se ubicaba en los huecos. Era la única evolución que habían ejercitado en la ciudad. Pero los infantes lo hicieron a la perfección, como si no fueran bisoños sino veteranos. El general ordenó entonces que avanzara la caballería y que tocaran paso de ataque: los infantes escucharon aquel toque y calaron bayoneta. Y antes o después, no lo recuerdo, dispuso Belgrano que nuestra artillería abriera fuego. Varias hileras de maturrangos se vinieron abajo. Volaban pedazos de cuerpos por el aire y se escuchaban los alaridos de dolor.
No puedo contarle con exactitud todos esos movimientos porque fueron muy confusos. Sepa nomás que los godos nos doblaban en número, pero que igualmente les arrollamos el ala izquierda y el centro. Y que su ala derecha nos perforó a los gritos y a los sablazos. Tronaban los cañones y levantaba escalofríos el crepitar de la fusilería. Todo se volvió un caos. Nos matábamos, señor mío, con furia ciega y no se imagina usted lo que fue la entrada en combate de los gauchos. Cargaron a la atropellada, lanzas enastadas con cuchillos y ponchos coloridos, pegando gritos y golpeando ruidosamente los guardamontes. Parecían demonios salidos del infierno: atropellaron a los godos, los atravesaron como si fueran mantequilla, los pasaron por encima, llegaron hasta la retaguardia, acuchillaron a diestra y siniestra, y se dedicaron a saquear los carros del enemigo.
Eran brutos esos gauchos. Brutos y valientes, pero aquel saqueo los distrajo y los dispersó. Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte.
Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques. Y con tanto batifondo, sabe qué, apenas nos dimos cuenta de que nuestra derecha estaba siendo derrotada y que armaban un gran martillo para atacarnos por ese flanco.
Nosotros, que estábamos un poco deshechos, nos encontramos entonces en el medio del terreno y haciendo prisioneros a cuatro manos. Unos y otros nos habíamos perdido de vista, y el general cabalgaba preguntando cosas y barruntando que las líneas estaban cortadas. Se cruzaba con dispersos de todas las direcciones y los interrogaba para entender si la batalla estaba ganada o perdida. Y todos le respondíamos lo mismo: "Hemos vencido al enemigo que teníamos al frente".
Belgrano permanecía grave como si nos hubiéramos vuelto locos o si le estuviéramos metiendo el perro. Ya no se oía ni un tiro, y mientras nuestro jefe regresaba a la ciudad, Tristán trataba de rearmarse en el sur. La tierra estaba llena de sangre y de cadáveres, y de cañones abandonados. Pero el peligro seguía siendo tanto que muchos patriotas debieron replegarse sobre la plaza, ocupar las trincheras y prepararse para resistir hasta la muerte. Creyendo aquel miserable godo que era dueño de la situación intimó una rendición y advirtió que incendiaría la ciudad si no se entregaban. Nuestra gente le respondió que pasarían a cuchillo a los cuatrocientos prisioneros. Ya sabían adentro que Belgrano venía reuniendo a la caballería.
Pasamos la noche juntando fuerzas, cazando godos, despenando agónicos y pertrechándonos en los arrabales. No tengo palabras para narrarle cómo fueron aquellas tensas horas. Una batalla que no termina es un verdadero suplicio, señor. Anhelábamos de nuevo que saliera el sol para que fuera lo que Dios quisiera. Era preferible morir a seguir esperando.
Al romper el sol, el general había juntado a 500 leales. No se oían ni los pájaros aquella madrugada del 25 de septiembre, y el jefe mandó entrar por el sur y formar frente a la línea del enemigo. Estábamos cara a cara y a campo traviesa. Eramos parejos y, después de tanta matanza, ahora el asunto estaba realmente para cualquiera. Fue Belgrano quien esta vez intimó una rendición. Les proponía a los realistas la paz en nombre de la fraternidad americana. Tristán le contestó que prefería la muerte a la vergüenza. Presuntuoso hijo de la gran puta, nos rechinaban los dientes de la bronca. "Han de estar nerviosos -dijo mi teniente-. Cuando un gallo cacarea es que tiene miedo."
Miramos a Belgrano esperando la orden de carga, pero el doctorcito tenía un ataque de prudencia. Tal vez pensara que no estaba garantizada una victoria, y que no podía arriesgarse todo en un entrevero. En esos aprontes y dudas estuvimos todo el santo día, maldiciéndolo por lo bajo y agarrados a nuestras armas. Por la noche los españoles se dieron a la fuga. Habían perdido 61 oficiales. Dejaban atrás más de seiscientos prisioneros, 400 fusiles, siete piezas de artillería, tres banderas y dos estandartes. Y lo principal: 450 muertos. Nosotros habíamos perdido 80 hombres y teníamos 200 heridos.
Belgrano ordenó que los siguiéramos y les picáramos la retaguardia. Los realistas iban fatigados, con hambre y sed, y en busca de un refugio. Y nosotros los perseguíamos dándoles sable y lanza, y escopeteando a los más rezagados. No le cuento las aventuras que vivimos en esas horas, entre asaltos y degüellos, entrando y saliendo, ganando y perdiendo, porque se me seca la boca de sólo recordarlo, señor mío.
Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Eramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande.
Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era "el sepulcro de la tiranía". La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío.
Nosotros tampoco sabíamos, la verdad, que habíamos salvado la revolución americana, ni que el cielo había guiado el juicio de nuestro estratega ni que Dios había mandado aquellos vientos y aquellas langostas. Recuerde: éramos la simple soldadesca y no creíamos en milagros. Veníamos de merendar godos y altoperuanos por la planicie y todo lo que queríamos en ese momento era un vaso de vino y un lugar fresco a la sombra. Pero mirábamos a ese jefe inexperto y frágil y lo veíamos como a un gigante. Y lo más gracioso, vea usted, es que a pesar del cuero curtido y el corazón duro de cualquier soldado viejo, a muchos de nosotros empezaron a corrernos las lágrimas por el morro. Porque Belgrano era exactamente eso. Un gigante, señor. Un gigante.
Por Jorge Fernández Díaz
Manuel Belgrano a corazón abierto. -25 -09 - 2025.
BATALLA DE TUCUMÁN
Por Esteban Domina.
La batalla que salvó la causa independentista se libró el 24 de septiembre de 1812 en territorio tucumano.
Se atravesaba un momento harto difícil, con varios frentes abiertos y el asedio constante de los realistas ansiosos por recuperar sus dominios coloniales. La primera campaña al Alto Perú —la actual Bolivia— había concluido tras la derrota de Huaqui en junio de 1811. En marzo de 1812, Manuel Belgrano asumió el mando del Ejército del Norte en San Salvador de Jujuy. No tardó en comprobar que con esa fuerza maltrecha y alicaída resultaría imposible frenar el avance del enemigo y, en la emergencia, ordenó el éxodo, ese grandioso momento épico en que el heroico pueblo jujeño acompañó al ejército patriota, dejando tierra arrasada al enemigo.
Belgrano tenía órdenes del Primer Triunvirato de replegarse hasta Córdoba, dejando las provincias del norte a merced del enemigo que bajaba desde el Alto Perú. El mismo Triunvirato que le había prohibido usar la bandera celeste y blanca enarbolada en Rosario. En San Miguel de Tucumán, consciente de lo que estaba en juego y de la suerte que correría si las cosas salían mal, alentado por autoridades y pueblo tucumano, decidió no acatar la orden superior y presentar batalla allí mismo. La temeraria decisión fue respaldada por su Estado Mayor integrado, entre otros, por Juan Ramón Balcarce, Eustoquio Díaz Vélez, Gregorio Aráoz de Lamadrid, José María Paz, Manuel Dorrego, Martín Rodríguez, Cornelio Zelaya, Rudecindo Alvarado y el barón de Holmberg, quienes tenían a su cargo alrededor del millar y medio de hombres con que contaba la fuerza.
Lo comunicó al gobierno, exponiendo sus razones a corazón abierto, sin dobleces, como era su costumbre: “Retirarme más, e ir a perecer es lo mismo y poner a la Patria en el mayor apuro (…) El único medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la Plaza para concluir con honor; esta es mi resolución que espero tenga buena ventura, cuando veo que la tropa está llena de entusiasmo con la victoria del 3, y que mi Caballería se ha aumentado con hijos de este suelo que están llenos de ánimo para defenderlo”.
El combate se libró el 24 de septiembre de 1812, en el Campo de las Carreras, un solar próximo al entonces casco urbano de San Miguel de Tucumán donde se realizaban las habituales cuadreras. Aquel día chocaron un ejército rearmado como mejor se pudo, reforzado por milicias locales, y otro, el realista —comandado por Pío Tristán— que lo duplicaba en número y profesionalidad. El valeroso pueblo tucumano aportó caballadas y suministros para equilibrar las fuerzas, pero aun así el resultado era incierto. Mientras los de Tristán se aproximaban, civiles y soldados tuvieron que cavar fosos y emplazar cañones para defender la plaza e improvisar contra reloj pertrechos y armas caseras, enastando sus propios cuchillos en palos y tacuaras para fabricar lanzas. Era mucho lo que estaba en juego, y hasta el último paisano lo sabía. Coraje y patriotismo era lo que sobraban.
La batalla fue intensa; a la carga de la valerosa caballería gaucha tucumana siguió el combarte cuerpo a cuerpo, tumultuoso y de trámite desordenado por momentos; a la confusión general se unieron fuertes ráfagas de viento y la irrupción de una manga de langostas que oscureció el día, nublando la visión. Al caer la tarde reinaba la confusión; la acción se había trasladado a la ciudad y Belgrano se hallaba fuera, recibiendo informes disímiles de sus oficiales. Finalmente, el triunfo quedó del lado de los patriotas y al día siguiente el ejército realista emprendió la retirada, volviendo sobre sus pasos hacia Salta.
Belgrano, un hombre creyente, escribió en el parte de guerra: “La Patria puede gloriarse de la victoria que han obtenido sus armas el 24 del corriente, día de Nuestra Señora de la Merced, bajo cuya protección nos pusimos”. La nombró Generala del Ejército y le entregó el bastón de mando, tal como puede apreciarse en el vitral de la basílica de Nuestra Señora de la Merced en la ciudad de Tucumán. A continuación, reconocía los méritos de quienes habían hecho posible la victoria: “Desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación se han comportado con el mayor honor y valor. Al enemigo le he mandado perseguir, pues con sus restos va en precipitada fuga”.
Fue la batalla más importante de la guerra de la Independencia que se libró dentro del territorio actual de la República Argentina. El apartamiento del plan original, rayano en la desobediencia, había dado sus frutos: se logró frenar el avance del enemigo y revertir el clima derrotista de las instancias previas. Aquella victoria providencial no sólo permitió remontar una situación militar desfavorable, sino que, en el plano político, salvó el curso errático de la campaña independentista que tras sucesivos fracasos pendía de un hilo.
¡Honor y gloria al Ejército del Norte y al heroico pueblo tucumano!
martes, 23 de septiembre de 2025
Belgrano donó 40.000 pesos para construir escuelas.-23-09-2025-
Un Día Como Hoy Belgrano donó el premio de 4O.OOO pesos.
31 de Marzo de 1813 , El Gral Belgrano escribe desde Jujuy que dona su premio de $ 40.000 otorgado por la asamblea del año XIII , por ganar la batalla de Salta , salvando la revolución y consolidando la independencia , para la construcción de 4 escuelas públicas y gratuitas en Tarija , Santiago Del Estero , Jujuy y Tucumán. Hay que recordar el creador de la Bandera, ya donaba la mitad de su sueldo como Gral del ejército del Norte , su sueldo total era de $ 1000 por año , pero Obsequio a la patria la mitad de su sueldo , vivía sólo con $ 500 anuales . Eso quiere decir que si se quedaba con su premio , Muy merecido y justo podría haber vivido tranquilo y sin necesidades por unos 80 años. Sin embargo lo dio todo y más por la Patria , muriendo en la pobreza absoluta y con muchísimos sueldos adeudados por parte del gobierno. "... Es ahora o nunca , aprendamos de los grandes que pelearon y lo dieron todo por el otro , buscando siempre el bien común ...".
viernes, 19 de septiembre de 2025
Manuel Belgrano su asombrosa vida.-19 - 09 - 2025
La asombrosa vida del joven Belgrano
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, sexto de dieciséis hijos de Domenico Belgrano Peri y María Josefa González Casero. Lo tenía todo para vivir en comodidad, pero eligió otra cosa: pensar, estudiar, soñar. En vez de encerrarse en la rutina de los ricos porteños, se lanzó a devorar libros prohibidos en España, desde Adam Smith hasta Rousseau. Aprendió idiomas, estudió economía y derecho, y regresó convertido en uno de los jóvenes más brillantes de su tiempo.
No era un dandy de salón: era un idealista con hambre de justicia. En el Consulado de Buenos Aires impulsó la educación, defendió a los agricultores y escribió como quien siembra futuro. Y cuando la patria lo llamó a la guerra, se arremangó y se hizo soldado. Contra todo pronóstico, en Tucumán y en Salta se puso al frente de tropas improvisadas y derrotó a ejércitos profesionales. Ese hombre de salud frágil y andar apurado supo encender la esperanza de un pueblo entero.
Creó la bandera, no como un símbolo decorativo, sino como un estandarte de unidad. Y aún en la derrota mantuvo la dignidad, ofreciendo su vida a una causa más grande que él mismo. Murió pobre, olvidado por los poderosos, pero con la conciencia tranquila de haber entregado hasta lo último de sí por la libertad.
Belgrano no fue un héroe de mármol: fue un hombre luminoso, generoso, capaz de dejarlo todo por un sueño colectivo. Y esa luz sigue viva en cada flamear de nuestra bandera.
👉 Si querés conocer la historia completa —su juventud rebelde, sus lecturas apasionadas, sus batallas y sus amores— lee: https://www.robertoarnaiz.com/.../la-asombrosa-vida-del...
lunes, 15 de septiembre de 2025
Imperia -Italia- homenaje a Belgrano. 14 - 09 -2025
Gemelaggio. Rosario e Imperia-Italia-.Homnenaje a Belgrano.
La ciudad de Italia que homenajea a Manuel Belgrano y a la bandera como en Rosario
En Imperia, ubicada en la región de Liguria, cada año se le rinde tributo a la cesleste y blanca con feria, asado, empanadas, vino y concursos. Un hermanamiento une a las dos poblaciones
Por Lucas Ameriso-.14 de septiembre 2O25
Llevar la bandera que creó Belgrano ya es un clásico en el noreste de Italia.
Hay un punto de contacto entre una ciudad de la región de Liguria (Italia) y Rosario, Cuna de la Bandera. En esta pequeña población llamada Imperia (antiguamente Costa D'Oneglia), Domingo Francisco Belgrano y Peri, padre del creador de la celeste y blanca, Manuel Belgrano, nació en 1730 para luego embarcarse en 1753 a la Argentina y ejercer el comercio. De su prolífica vida, nació Manuel, quien pasó a la historia nacional y legó la enseña patria.
Así, hace más de 30 años, los habitantes de esta ciudad de unos 40 mil habitantes homenajean a la bandera argentina como cada año lo hace Rosario. Se reúnen en la plaza principal para enlazar la albiceleste con el pabellón italiano, entre comidas típicas argentinas, tango y ferias.
Imperia: la conexión entre Italia y Rosario
Esta conexión tiene en Rosario la plaza Imperia, a metros del Monumento, donde existen dos olivos como símbolo de hermanamiento. Fueron traídos en 2012 por María Dolla Belgrano (descendiente de la familia) desde Imperia a raíz de los 200 años de la creación de la celeste y blanca.
El 5 de julio pasado, y cumpliendo el rito de hace más de tres décadas, se llevó a cabo una nueva edición de la Noche Blanca, el homenaje a la bandera argentina que organiza el Circolo Manuel Belgrano Costa D'Oneglia. Se trata de la celebración principal de un hermanamiento con Rosario (realizado en 1987) y esta antigua ciudad de Liguria, al noroeste de Italia.
Invitados argentinos, cuerpo diplomático y autoridades son convocados a la plaza del Duomo, donde se erige el busto de Belgrano para rendirle homenaje. Los festejos comienzan de día, con los discursos y actos alusivos, pero siguen con los habitantes vestidos de blanco rindiéndole tributo al héroe argentino con un recorrido por sus calles portando banderas celestes y blancas, y tricolores.
Costa D'Oneglia se fusionó con Porto Maurizio por orden de Benito Mussolini en 1923, formando la actual ciudad de Imperia, que tomó su nombre del río Impero, que separa ambas localidade
Como símbolo del hermanamiento (gemellaggio en italiano) en la subida de calle Santa Fe, frente al Monumento a la Bandera, a la altura de la Sala de las Banderas, se encuentra la plaza Imperia que tiene forma de círculo. Allí, además de los olivos italiano, hay placas evocativas.
Dos olivos
Los olivos, indican algunas referencias históricas tienen una explicación. El padre de Manuel Belgrano arribó a la Argentina con la intención de comerciar aceite de oliva, y otros productos de Liguria. Se dedicó a este ramo con tanto ahínco, que le permitió con el tiempo amasar una importante fortuna. Incluso el propio Belgrano recuerda a su padre en un extracto de su biografía: “Como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas en calidad de comerciante, con ellas ofreció a sus hijos la mejor educación en esa época".
Un busto de Manuel Belgrano
¿Cómo se vive el día especial? Además de los actos protocolares y los discursos de los referentes del Circolo Manuel Belgrano, se presentan platos típicos argentinos: asado, empanadas, locro, dulces regionales, vino y espumantes. Previamente, se lanzan en la comunidad liguriana concursos de pintura infantil y de monografías para el nivel secundario. Además, en la plaza principal actúan diversos conjuntos musicales que interpretan temas argentinos y latinoamericanos.
En esta edición 2025, bailaron varias parejas de tango. Y a su vez se terminó un mural alusivo hecho con mosaicos y ubicado en la entrada del lugar, que alberga postales, fotos, documentos y imágenes belgranianas.
El Circolo Manuel Belgrano de Imperia cuenta con una biblioteca especializada en la vida y obra del prócer. La institución organiza anualmente ciclos de conferencias sobre temas científicos y culturales, al tiempo que se lleva a cabo una “reseña musical para jóvenes talentos”.
El origen de un apellido ilustre
El general Manuel Belgrano tenía ascendencia italiana y santiagueña. Su padre italiano conoció en altos círculos sociales a María Josefa González Casero Salazar e Islas, porteña, criolla. Sus abuelos y padres inmigrantes españoles, provenían de Santiago del Estero, precisamente de Loreto. Se casaron y se radicaron a pocos metros del Convento de Santo Domingo en Buenos Aires, donde se conocieron.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús fue el cuarto hijo de 13 nacidos de este matrimonio.
En Costa D'Oneglia todavía se conserva la casa de piedra donde nació Domingo Francisco, padre de Manuel. Allí en 1988, se colocó una placa que expresa: "La ciudad de Rosario, Argentina, en memoria del general Manuel Belgrano, quien desde aquí trajo sus orígenes". Y una de las calles empedradas lleva el nombre del prócer argentino.
martes, 2 de septiembre de 2025
Carta de José de San Martín - 22-07 -1820-a los habitantes de las Ps.Us..
CARTA A LOS HABITANTES DE LAS PROVINCIAS UNIDAS (22-O7-182O)
Compatriotas: voy a emprender la grande obra de dar libertad al Perú, mas antes de mi partida quiero deciros algunas verdades que sentiría las acabaseis de conocer por experiencia. (…) Vuestra situación no admite disimulo; diez años de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarquía; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su poco fruto. Habéis trabajado un precipicio con vuestras propias manos y acostumbrados a su vista, ninguna sensación de horror es capaz de deteneros. Compatriotas: yo os hablo con la franqueza de un soldado. Si dóciles a la experiencia de diez años de conflictos no dais a vuestros deseos una dirección más prudente, temo que cansados de la anarquía suspiréis al fin por la opresión y recibáis el yugo del primer aventurero feliz que se presente, quien lejos de fijar vuestros destinos, no hará más que prolongar vuestra incertidumbre. (…) Yo servía en el ejército español en 1811. Veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración, sin embargo de ser americano; supe de la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi patria; llegué a Buenos Aires a principios de 1812 y desde entonces me consagré a la causa de América: sus enemigos podrán decir si mis servicios han sido útiles. Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestra desgracia; vosotros me habéis acriminado aun de no haber contribuido a aumentarlas, porque éste habría sido el resultado si yo hubiese tomado parte activa en la guerra contra los federalistas (…) En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú, y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sudamérica. (…) ¡Provincias del Río de la Plata! El día más célebre de vuestra revolución está próximo a amanecer. Voy a dar la última respuesta a mis calumniadores: yo no puedo menos que comprometer mi existencia y mi honor por la causa de mi país; y sea cual fuere mi suerte en la campaña del Perú, probaré que desde que volví a mi patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado y que no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos.” José de San Martín
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