sábado, 16 de octubre de 2021

Libros quemados. 1970 - 1980- horror. -16 - 10 - 2021.-

- LA HUELLA DEL HORROR GOLPEÓ TAMBIÉN A LA CULTURA. Judith Gociol investigó el impacto de la dictadura cívico militar en los libros. El lunes estará en un seminario de la UNR. - Por Matías Loja / La Capital.-Sábado 16 de Octubre de 2021 - @matiasloja mloja@lacapital.com.ar - A mediados de 1980, cerca de un millón y medio de libros pertenecientes al Centro Editor de América Latina (Ceal) fueron quemados en un descampado. - La imagen encierra una potencia arrolladora: un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina (Ceal) ardiendo en un descampado de Sarandí. Era junio de 1980 y la dictadura cívico militar daba una de las muestras más atroces de que el plan sistemático no era solo para desaparecer personas o para imponer un modelo económico. También era un golpe a la cultura. - “La dictadura no solo quiso destruir una cultura, sino imponer otra”, dice Judith Gociol, periodista, investigadora y editora especializada en temas de cultura y derechos humanos. Además coordina el Archivo de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional. Coautora, junto a Hernán Invernizzi, de Cine y dictadura (Capital Intelectual) y de Un golpe a los libros (Eudeba), Gociol participará el lunes 18 de octubre a las 17 de la charla “La biblioteca perdida”, sobre la represión a la cultura durante la última dictadura cívico militar. La conferencia es en el marco del seminario “Memoria, identidad y política”, de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y se podrá seguir en vivo desde el Facebook Live de Hijos Rosario. - En la previa a su presentación, la autora habla con La Capital sobre el origen de aquella investigación que se publicó en 2002 por Eudeba, que desmenuzó el mecanismo de control y censura de autores y obras. La confluencia de dos investigaciones sobre la suerte de la cultura y los libros durante la dictadura decantaron en un texto que es material de consulta clave sobre la temática. - Gociol entiende que el golpe a la cultura es otra punta interesante para abordar el tema de la dictadura. Por ejemplo en ámbitos educativos, donde aún se encuentran ciertas resistencias. “Igual se fue avanzando, hay jardines que hacen actividades para el 24 de marzo y eso antes era impensable”, rescata la escritora sobre lo que considera como “un terreno ganado, aunque así como se gana a veces se retrocede”. Y a modo de ejemplo recuerda cuando en septiembre de 2006 se produjo la desaparición de Jorge Julio López, testigo clave en la causa contra el represor Miguel Etchecolatz. “El 24 de marzo de ese año la marcha fue multitudinaria, pero cuando pasó lo de López fueron pocos. Entonces uno se pregunta por qué no se concibe que eso también tiene que ver con la dictadura. Como si hubiese una memoria petrificada y una activa que sirve para el porvenir”, reflexiona. - Plan sistemático   Libros de Elsa Borneman o de Laura Devetach son quizás de los casos más emblemáticos de libros que pasaron por el tamiz de la censura. Pero detrás de cada texto había fichas, un trabajo. Un plan sistemático. “En el caso de la cultura —dice Gociol— incluso entre las propias víctimas había otras miradas. Recuerdo un editor que estuvo desaparecido unos días y tenía la sensación qué era algo aleatorio. Como lo que pasó con La cuba electrolítica (un libro de física) que es como un mito dentro de la dictadura. Pero lo interesante de los documentos es que podían probar que hubo un plan sistemático. Que no fue aleatorio o azaroso, sino más profundo de lo que se cree. Y lo mismo en sus consecuencias. Creo que en esa parte la dictadura triunfó bastante, porque logró imponer una mirada, como lo que tardamos en poder a volver hablar de pueblo. Lo mismo la palabra desaparecido. Palabras que quedaron marcadas tan a fuego que perdieron la inocencia. También los lazos de solidaridad, la desconfianza en el otro, o cuánto tardó en retomarse la militancia política, con una cantidad de miedos instalados desde la cultura. En eso creo que obraron inteligentemente”. - Gociol coincide que la quema de los ejemplares del Centro Editor de América Latina (Ceal), que había fundado Boris Spivacow, es un registro contundente de la barbarie. Pero también menciona imágenes similares de quema de libros en un colegio preuniversitario de Córdoba, en el patio y delante de los chicos. “De lo que pasó con el Ceal me impresiona la quema, pero sobre todo —dice— la secuencia completa, desde que los libros están en el depósito hasta que los descargan. Y creo que la foto de la descarga es aún más fuerte que la de la quema. Pero si hablás con la gente del Ceal te dice que no lo vivieron demasiado trágicamente en el momento, porque sabían de gente desaparecida. Estaban enfocados en eso. Por eso la dimensión que toma esa foto es posterior”. - Los relatos de quemas y entierros de libros de pequeñas bibliotecas también son mencionados por la investigadora. Como el testimonio que escuchó de la escritora Graciela Cabal, que contó que llorando delante de sus hijos tuvo que quemar ejemplares en el baño de su casa. “No hay fotos de eso, pero te podés imaginar lo que debe haber sentido y lo que debe haber pasado”, dice la periodista. - En Un golpe a los libros, Gociol recuerda que hay un capítulo dedicado a los textos que circulaban en las escuelas, que también fueron un enclave de la represión cultural, tanto por los libros que no se dejaban circular como los libros y actividades que se proponían: “Por eso es tan interesante estudiar esto, porque ellos —por los responsables de la dictadura— no solo quisieron destruir una cultura, sino imponer otra. Con Eudeba sacaron una colección que los autores no sabían que estaba Harguindeguy detrás. Y eso fue para promover una doctrina propia. Por eso digo que es mucho lo que quisieron hacer en la educación”. ........................................................

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