sábado, 11 de enero de 2020

La Batalla de Salta y los prisioneros. 20 de Febrero de 1813.- 11-01-2020.-

Eduardo Javier Mundani Osuna
El triunfo en Salta había sido total.
 Un ejército realista había sido rendido, desde el pequeño tambor, hasta su comandante en jefe. No hubo hombre sin rendirse. Más de tres mil hombres, que entregaron todo su armamento y bagajes, al ejército vencedor de Belgrano. Un completo éxito.
Pero aquí surgió un problema. ¿Que hacer con tantos prisioneros?. Alguno sugirió que debían ser forzados a sumarse al Ejército Patriota. Otros, como Dorrego, que debían ser degollados.
Sin embargo Manuel, tenía otros planes.
Los hizo juramentar que no volverían a empeñar las armas en contra de la Revolución, y los dejó en libertad...
Casi todos aquellos soldados realistas, en realidad, eran americanos. Muy pocos españoles combatieron en la Guerra de Independencia. Los combatientes de uno y otro bando, eran nacidos en el Continente Americano, por lo general.
Belgrano sabía que si los dejaba libres, aquellos hombres serían agentes de la propaganda revolucionaria. Fue muy criticado por eso. Incluso desde Buenos Aires llegaron las críticas. Pero Manuel hizo oídos sordos, y prefirió escuchar a su corazón. Cada gota de sangre americana derramada, le llegaba al alma.
El tiempo pasó. Llegó la derrota de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813. Pocos días después del contraste, una partida patriota, al mando de Gregorio Araoz de Lamadrid, logra capturar a una patrulla realista de cinco soldados. Y dentro de esos hombres, había un cabo y un soldado de los juramentados en Salta.
Cuando los realistas sobrevivientes de la Batalla de Salta volvieron al Alto Perú, los obispos locales les levantaron el juramento que habían hecho en Salta, y así, muchos de aquellos realistas, volvieron a tomar las armas en contra de la Revolución.
Inmediatamente, aquellos dos perjuros, por orden expresa del General Manuel Belgrano, fueron fusilados por la espalda, como los traidores, habiendo tenido mucho cuidado de no lastimar sus cabezas con los disparos, para después cortarlas, y clavarlas en la punta de unas picas. Las cabezas de esos soldados del Rey, fueron colocadas al costado del camino, para que todos pudieran verlas.
Y debajo, por orden de Manuel, se colocó un cartel que decía:
"Por perjuros e ingratos a la generosidad con que fueron tratados en Salta"

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