sábado, 25 de septiembre de 2021

La Batalla de Tucumán, el milagro de las langostas.- 25 - 09- 2021.-

- "El milagro de las langostas" - A 2O8 años de la asombrosa BATALLA DE TUCUMÁN. - Triunfoó el General Manuel Belgrano, con su Ejército. - Autor: Jorge Fernández Díaz. - Vea usted: teníamos todo para perder aquel día, pero igual nos moríamos de ganas por salir a degollar. Todavía no había amanecido, y el general iba y venía dando órdenes en lo oscuro. Cualquiera de nosotros, la simple soldadesca de aquella jornada, sabía que nuestro jefe no tenía ni puta idea sobre táctica y estrategia militar. Que era hombre de libros y de leyes, pero que había aceptado obediente el reto de conducir el Ejército del Norte y pararles el carro a los godos. - También sabíamos, de oídas, que al enemigo lo manejaba con rienda corta un americano traidor: Pío Tristán, nacido en Arequipa e instruido en España; nos venía pisando los talones con 3000 milicos imperiales y habíamos tenido que vaciar y quemar Jujuy para dejarles tierra arrasada. Muy triste, vea usted. Fue en los primeros días de agosto de 1812. Y el general les ordenó a los pobladores que tomaran lo que pudieran y destruyeran todo lo demás. - Le digo la verdad: el que se retobaba podía ser fusilado sin más trámite. No había muchas alternativas. Ayudamos a arrear el ganado y a quemar las cosechas. Yo mismo lo vi con estos mismos ojos, señor: al final cuando no quedaba nada ni nadie Belgrano salió a caballo de la ciudad y se puso a la cabeza de la columna. Ibamos en silencio, con sabor amargo, y tuvimos que cruzar tiros cuando una avanzada de los españoles jodió a nuestra retaguardia a orillas del río Las Piedras. El general mandó a la caballería, a los cazadores, los pardos y los morenos. Meta bala y aceros. Y al final, a los godos no les daban las piernas para correr, señor, se lo juro. Sospechábamos que nos habían atacado con muy poco, pero nosotros veníamos de capa caída: darles esa leña y salir victoriosos fue un golpe de orgullo. - Voy a decirle la verdad: cuando Belgrano se hizo cargo éramos un grupo de hombres desmoralizados, mal armados y mal entretenidos. Y al llegar a Tucumán no crea que habíamos mejorado mucho, aunque marchábamos con la moral en alto. Ahí lo tiene a ese doctorcito de voz aflautada: nos acostumbró a la disciplina y al rigor, y nos insufló ánimo, confianza y dignidad. Aunque en las filas no nos chupábamos el dedo, señor. Pío Tristán nos perseguía con legiones profesionales, sabía mucho más de la guerra y caería sobre nosotros de un momento a otro. - Nos enteramos por un cocinero que incluso el gobierno de Buenos Aires le había dado la orden a Belgrano de no presentar batalla y seguir hasta Córdoba. Pero el general había resuelto desobedecer y hacerse fuerte en Tucumán. Adelantó oficial y tropas con la misión de que avisaran al pueblo que ya entraban para conquistar el apoyo de las familias más importantes y también para reclutar a todo hombre que pudiera empuñar un arma. - Había pocos fusiles, y casi no teníamos sables ni bayonetas, así que cuatrocientos gauchos con lanzas y boleadoras pusieron mucho celo en aprender los rudimentos básicos de la caballería. Nosotros los mirábamos con desconfianza, para qué le voy a mentir. "¿Y estos pobres gauchos qué van a hacer cuando los godos se nos vengan encima?". La teníamos difícil, no sé si se da cuenta. Y estuvimos algunos días fortificando la ciudad, armando la defensa, cavando fosos y trincheras, y haciendo ejercicios. "Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza para concluir con honor", les dijo Belgrano a sus asistentes. La noticia corrió como reguero de pólvora. No tiene usted idea lo que es aguardar la muerte, noche tras noche, hasta el momento de la verdad. Le viene a uno un sabor metálico a la boca, se le clava un puñal invisible en el vientre y se le suben, con perdón, los cojones a la garganta. Uno no piensa mucho en esas horas previas. Sólo desea que empiece la acción de una vez por todas y que pase nomás lo que tenga que pasar. - El general finalmente nos puso en movimiento en la madrugada del 24. Avanzamos en silencio absoluto hasta un bajío llamado Campo de las Carreras y ahí estábamos juntando orina y con ganas de salir a degollar cuando apareció el sol y comprobamos que los tres mil imperiales nos tenían a tiro de cañón. Miré por primera vez a Belgrano en ese instante crucial, señor, y lo vi pálido y decidido. Hacía tres días nomás le había enseñado a la infantería a desplegar tres columnas por izquierda mientras la pobre artillería se ubicaba en los huecos. Era la única evolución que habían ejercitado en la ciudad. Pero los infantes lo hicieron a la perfección, como si no fueran bisoños sino veteranos. El general ordenó entonces que avanzara la caballería y que tocaran paso de ataque: los infantes escucharon aquel toque y calaron bayoneta. Y antes o después, no lo recuerdo, dispuso Belgrano que nuestra artillería abriera fuego. Varias hileras de maturrangos se vinieron abajo. Volaban pedazos de cuerpos por el aire y se escuchaban los alaridos de dolor. - No puedo contarle con exactitud todos esos movimientos porque fueron muy confusos. Sepa nomás que los godos nos doblaban en número, pero que igualmente les arrollamos el ala izquierda y el centro. Y que su ala derecha nos perforó a los gritos y a los sablazos. Tronaban los cañones y levantaba escalofríos el crepitar de la fusilería. Todo se volvió un caos. Nos matábamos, señor mío, con furia ciega y no se imagina usted lo que fue la entrada en combate de los gauchos. Cargaron a la atropellada, lanzas enastadas con cuchillos y ponchos coloridos, pegando gritos y golpeando ruidosamente los guardamontes. Parecían demonios salidos del infierno: atropellaron a los godos, los atravesaron como si fueran mantequilla, los pasaron por encima, llegaron hasta la retaguardia, acuchillaron a diestra y siniestra, y se dedicaron a saquear los carros del enemigo. - Eran brutos esos gauchos. Brutos y valientes, pero aquel saqueo los distrajo y los dispersó. Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los altoperuanos que les hacían la corte. - Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques. Y con tanto batifondo, sabe qué, apenas nos dimos cuenta de que nuestra derecha estaba siendo derrotada y que armaban un gran martillo para atacarnos por ese flanco. - Nosotros, que estábamos un poco deshechos, nos encontramos entonces en el medio del terreno y haciendo prisioneros a cuatro manos. Unos y otros nos habíamos perdido de vista, y el general cabalgaba preguntando cosas y barruntando que las líneas estaban cortadas. Se cruzaba con dispersos de todas las direcciones y los interrogaba para entender si la batalla estaba ganada o perdida. Y todos le respondíamos lo mismo: "Hemos vencido al enemigo que teníamos al frente". - Belgrano permanecía grave como si nos hubiéramos vuelto locos o si le estuviéramos metiendo el perro. Ya no se oía ni un tiro, y mientras nuestro jefe regresaba a la ciudad, Tristán trataba de rearmarse en el sur. La tierra estaba llena de sangre y de cadáveres, y de cañones abandonados. Pero el peligro seguía siendo tanto que muchos patriotas debieron replegarse sobre la plaza, ocupar las trincheras y prepararse para resistir hasta la muerte. Creyendo aquel miserable godo que era dueño de la situación intimó una rendición y advirtió que incendiaría la ciudad si no se entregaban. Nuestra gente le respondió que pasarían a cuchillo a los cuatrocientos prisioneros. Ya sabían adentro que Belgrano venía reuniendo a la caballería. - Pasamos la noche juntando fuerzas, cazando godos, despenando agónicos y pertrechándonos en los arrabales. No tengo palabras para narrarle cómo fueron aquellas tensas horas. Una batalla que no termina es un verdadero suplicio, señor. Anhelábamos de nuevo que saliera el sol para que fuera lo que Dios quisiera. Era preferible morir a seguir esperando. - Al romper el sol, el general había juntado a 500 leales. No se oían ni los pájaros aquella madrugada del 25 de septiembre, y el jefe mandó entrar por el sur y formar frente a la línea del enemigo. Estábamos cara a cara y a campo traviesa. Eramos parejos y, después de tanta matanza, ahora el asunto estaba realmente para cualquiera. Fue Belgrano quien esta vez intimó una rendición. Les proponía a los realistas la paz en nombre de la fraternidad americana. Tristán le contestó que prefería la muerte a la vergüenza. Presuntuoso hijo de la gran puta, nos rechinaban los dientes de la bronca. "Han de estar nerviosos -dijo mi teniente-. Cuando un gallo cacarea es que tiene miedo." - Miramos a Belgrano esperando la orden de carga, pero el doctorcito tenía un ataque de prudencia. Tal vez pensara que no estaba garantizada una victoria, y que no podía arriesgarse todo en un entrevero. En esos aprontes y dudas estuvimos todo el santo día, maldiciéndolo por lo bajo y agarrados a nuestras armas. Por la noche los españoles se dieron a la fuga. Habían perdido 61 oficiales. Dejaban atrás más de seiscientos prisioneros, 400 fusiles, siete piezas de artillería, tres banderas y dos estandartes. Y lo principal: 450 muertos. Nosotros habíamos perdido 80 hombres y teníamos 200 heridos. Belgrano ordenó que los siguiéramos y les picáramos la retaguardia. Los realistas iban fatigados, con hambre y sed, y en busca de un refugio. Y nosotros los perseguíamos dándoles sable y lanza, y escopeteando a los más rezagados. No le cuento las aventuras que vivimos en esas horas, entre asaltos y degüellos, entrando y saliendo, ganando y perdiendo, porque se me seca la boca de sólo recordarlo, señor mío. - Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Eramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande. - Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era "el sepulcro de la tiranía". La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío. - Nosotros tampoco sabíamos, la verdad, que habíamos salvado la revolución americana, ni que el cielo había guiado el juicio de nuestro estratega ni que Dios había mandado aquellos vientos y aquellas langostas. Recuerde: éramos la simple soldadesca y no creíamos en milagros. Veníamos de merendar godos y altoperuanos por la planicie y todo lo que queríamos en ese momento era un vaso de vino y un lugar fresco a la sombra. Pero mirábamos a ese jefe inexperto y frágil y lo veíamos como a un gigante. Y lo más gracioso, vea usted, es que a pesar del cuero curtido y el corazón duro de cualquier soldado viejo, a muchos de nosotros empezaron a corrernos las lágrimas por el morro. Porque Belgrano era exactamente eso. Un gigante, señor. Un gigante. Por Jorge Fernández Díaz. ........................................ - BATALLA DE TUCUMAN. - La historia de la Batalla de Tucumán, materialización de la Revolución de Mayo Manuel Belgrano tenía la orden de las autoridades de Buenos Aires de librar batalla en Córdoba. La tradición expresa que la insubordinación del general del Ejército del Norte salvó la independencia. Significó la realización de lo que años antes había sido la conformación el primer gobierno criollo en el Cabildo de Buenos Aires Por Rafael Barni. - INFOBAE.-24 de Septiembre de 2O21. - La batalla de Tucumán frenó la avanzada realista y es el primer acto del triunfo argentino del norte El título del artículo debería ser el corolario del mismo, o también podría titularse “Tucumán, la batalla que salvó a la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, sin embargo aprecio que es muy importante comenzar marcando la trascendencia de una batalla que no tuvo el desarrollo militar de una gran batalla, ni la ponderación de Chacabuco, Maipú o la misma Salta, meses más tarde. De todos modos, fue lo que el título indica. Una batalla indefinida en sus acciones militares, en la que su propio conductor no supo cómo había terminado, cuando habían concluido los enfrentamientos violentos de la mañana y parte de la tarde de aquel 24 de septiembre de 1812. - A pesar de ello, el General Belgrano tenía muy en claro la situación estratégica que se vivía y sabía que la batalla debía darse en Tucumán y no en Córdoba, como había recibido la orden de las autoridades de Buenos Aires. - La tradición expresa que la insubordinación de Belgrano salvó la independencia, pero en realidad no fue una desobediencia caprichosa, sino que fue la manera que él interpretó aquellas órdenes, con lo que se demuestra, una vez más, que las decisiones no se pueden tomar desde la comodidad de un escritorio, sino que las debe asumir, con la responsabilidad y los riesgos que ello implica, el comandante en el terreno ya que solamente él conoce la situación que se está viviendo. - ¿Qué fue lo que impulsó al General Belgrano a dar allí la batalla? Si el General Pio Tristán continuaba hacia Córdoba, no sólo aumentaría su moral por el espacio que iría ganando, sino que continuaría incrementando su caballada y reclutando más gente, como lo venía haciendo desde Jujuy y al llegar a Córdoba, se encontraría con la mayor población española que había en esos momentos en las Provincias Unidas, pues allí habían sido desterrados los españoles de Buenos Aires y el norte luego del 25 de mayo de 1810, y con toda seguridad, se incorporarían al ejército realista. - "Las batallas de Tucumán y Salta son las únicas de carácter campal dadas contra los españoles en el territorio argentino", expresó el gobierno argentino en un comunicado "Las batallas de Tucumán y Salta son las únicas de carácter campal dadas contra los españoles en el territorio argentino", expresó el gobierno argentino en un comunicado Luego de una retirada desde Jujuy de casi 650 kilómetros, el General Belgrano decidió conservar Tucumán y dar en ese lugar la batalla. - Para ello hizo preparar posiciones y cavó fosos en el linde norte de la ciudad para hacerse fuerte en ese lugar y de esa manera obligar al enemigo a desgastarse en un enfrentamiento poco convencional, en el que los realistas, por efectivos, material e instrucción, tenían amplias ventajas. - Por su parte, Pio Tristán ni siquiera pensó en una batalla ya que su idea era la de amenazar con una pequeña fracción el norte de la ciudad y con la masa de su ejército rodearla, bloquear su salida hacia el sur y una vez cercado el ejército patriota dentro de la ciudad, exigir su rendición. - Fue así que, cuando con las primeras luces del día 24 de septiembre el ejército patriota fue a ocupar sus posiciones en el norte de la ciudad, se anotició que su enemigo se encontraba a menos de una legua al sudoeste de la ciudad, en el campo de las Carreras y próximo a cortarle la retirada. Esto obligó al General Belgrano a un rápido redespliegue. -¿Cómo era la relación de fuerzas? Belgrano contaba con 900 hombres de infantería, 600 jinetes armados con lanzas y 4 cañones, en tanto los realistas duplicaban el efectivo patriota, siendo la mayoría de infantería y poseía el triple de cañones. - La batalla comenzó el 24 de septiembre de 1812 y culminó al día siguiente con el repliegue de las fuerzas realistas hacia Salta La batalla comenzó el 24 de septiembre de 1812 y culminó al día siguiente con el repliegue de las fuerzas realistas hacia Salta - La rapidez con la que el ejército patriota adoptó el nuevo dispositivo, tomó por sorpresa al ejército realista que se encontraba sin completar el despliegue ni cargar sus armas. Esta situación fue aprovechada por Belgrano al ordenarle al Teniente Coronel Balcarce, al mando de la caballería de su ala derecha, atacar el flanco izquierdo realista y a los batallones de infantería N° 6 y de Cazadores, al mando del Teniente Coronel Warnes y Mayor Torres respectivamente, que hicieran lo propio con el centro y ala izquierda enemiga. Ambas acciones fueron exitosas, produciendo la retirada en desorden de esa parte del ejército realista, mientras que el ala derecha realista, arrasaba a la izquierda de Belgrano, tomando prisionero al Teniente Coronel Superí, jefe del batallón de infantería de Castas.- A pesar del esfuerzo de Pio Tristán de continuar atacando, la desordenada fuga de su centro y ala izquierda, arrastró a todo su ejército fuera del campo de batalla, oportunidad que aprovecharon los patriotas, a órdenes de Díaz Vélez para guarecerse dentro de la ciudad. En tanto Belgrano, desconociendo el resultado de la batalla, se replegó con su estado mayor hacia el sur, pero fuera de la ciudad. - En algún momento de la tarde, con parte de su ejército ubicado en el linde de la ciudad, Pio Tristán exigió la rendición, la que fue rechazada por Díaz Vélez. - En la mañana del 25 de septiembre, el Coronel Moldes fue a ofrecerle la rendición al General Pío Tristán quien le respondió “el Ejército del Rey nunca se rinde”, sin embargo, al no poder reunir a sus efectivos, inició el repliegue hacia Salta, perseguido por Díaz Vélez. - Finalmente ingresará Belgrano a la ciudad reuniendo a todo su ejército y como el 24 de septiembre es el día de Nuestra Señora de Mercedes, en un acto de devoción y agradecimiento, Belgrano la nombró e hizo reconocerla como Generala del Ejército, entregando su bastón de mando en un momento de la procesión. - Como el título del artículo lo indica, la batalla de Tucumán fue la materialización concreta de la revolución de Mayo, la que hasta entonces había sido algo teórico y cuando se la trató de materializar militarmente, había fracasado rotundamente en Huaqui. * El autor es General de Brigada (R) y Presidente del Instituto Argentino de Historia Militar. 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