martes, 28 de septiembre de 2021

San Martín, el Grito Apasionado. Camino a San Lorenzo.-28-09-2021

El grito apasionado. San Martín camino a San Lorenzo "Monté mi mula baya, me acomodé sobre el apero estirando las piernas para calcular el largo de la estribera y apretar las presillas de las polainas, y me aseguré que las alforjas estuvieran cerradas y bien balanceadas. Bajé la mano derecha buscando tocar el lazo y las boleadoras que caían al costado y tantiè el cabo del cuchillo que asomaba de la vaina, lo apreté bien adentro y lo acomodé a la espalda, bien fijo bajo la faja. Me subí el pañuelo del cogote hasta la nariz y aseguré el sombrero con el barbijo bajo la pera y la retranca en la nuca. Por último metí un dedo entre la cincha y la panza de la mula para cerciorarme que estuviera bien cinchada y moví las botas para que tintinearan las espuelas. Hacía muchos años mi padre me había enseñado ese ritual campero antes de salir a la montaña, gracias al cual, seguramente, me había ahorrado muchos disgustos. San Martín y sus acompañantes me observaban serios y curiosos desde lo alto de sus caballos, y cuando lo miré pidiendo la orden de marchar, sonrió como aprobando y bajó apenas la cabeza, en mudo asentimiento. Taloniè la mula y tomé la delantera, sin mirar atrás. Sabía que mi padre estaría esperando que no tuviera ese gesto de blandura, y me aseguré de no decepcionarlo sin dejar de ver al frente hasta que nos perdimos atrás de una curva del cerro. Cuando el sendero permitió dos animales a la par, el general se me apareó y me habló con ese tono que tanto llegué a apreciar en estos meses: -¿Cuál es tu nombre, muchacho? -Fabián Campusano, señor. -Bien, Fabián. Estoy seguro que entendés que, desde el momento que aceptaste ser baqueano del ejército, estás bajo bandera y bajo mi mando, con todas las obligaciones que eso implica. Cabalgarás conmigo y estarás muchos días a mi lado, así que vas a enterarte de los planes que tengo y deberás aconsejarme y guiarme siempre lo mejor que puedas y sepas. Sé que lo sabes, pero necesito decírtelo para que las cosas queden bien claras desde el primer momento. Si me traicionas, si cuentas lo escuchado o si no me guías bien a sabiendas, te haré fusilar. -Sí, señor. Lo sé. -Bien. A lo nuestro entonces. Necesitamos medir las horas de marcha entre aguadas y parajes con pasto. Primero entre Yaguaraz y Hornillas, después desde allí a Manantiales. Debemos llevar 1300 caballos a Manantiales y 480 vacas hasta Hornillas. Ésta vez no dije nada e intenté asimilar lo escuchado sin que se notara mi asombro. Seguí pensando en el asunto un rato e imaginando en mi mente la cantidad de animales y la forma de hacerlos pasar por los desfiladeros del Cerro del Tigre. -Señor, como usted entenderá, no tenemos experiencia en esta zona sobre tal cantidad de animales grandes. Nosotros trasladamos majadas de chivos y ovejas, pero tampoco se acercan a ese número y, además, están más adaptados a la montaña. Usted va a ver que entre Yaguaraz y Hornillas vamos a pasar dos cerros altos y dos arroyos, y nos va a llevar una jornada entera poder llegar, o sea unas diez horas. Pero hay desfiladeros muy angostos, en donde el paso va a ser de un animal por vez, por lo que lo más acertado sería organizar el traslado por tandas, tal vez de unos 200 caballos. Hasta el primer arroyo, que nosotros le decimos “Cucaracho” hay unas 4 horas, y de ahí al próximo, “Uretilla” otras tres horas. Después el camino se hace llano y con tres horas más llegamos a Hornillas, pero antes hay que cruzar el Río de Los Patos, que es ancho y playo, pero si viene con crecida por deshielo puede ser difícil de vadear. La primera tanda de caballos puede terminar de cruzar en una sola jornada si los hombres son baqueanos en la actividad y no hay demoras imprevistas, pero la segunda puede quedar en Uretilla, donde hay agua y pasto, los va a agarrar la noche por ahí. La tercera tanda si sale al mediodía va a llegar hasta el primer arroyo y allí va a tener que quedar. Calculo que le va a llevar entre tres o cuatro días cruzar todos los animales. Con el arreo de vacas se puede usar el mismo método, pero calculando el doble de tiempo. El vacuno es más lerdo y se pierde con facilidad, y va a costar embocarlo en los senderos. Calculo que va a llevar dos jornadas completas llegar a Hornillas con cada tanda de vacas que salga. Pero no tendrían que juntarse con los caballos, puede quedar chico el lugar. -Bien, dijo el general que me había escuchado sin interrumpirme. -Para llevar la caballada de Hornillas a Manantiales hay otra media jornada, pero sin agua en el medio, con un terreno con muchas cortadas. Habrá que ir primero al lugar a preparar corrales, el lugar es amplio y abierto, sin paredes de piedra que se puedan usar. También podrían plantarse maromas, resultarían más útiles que los corrales, según cuantos días vayan a esperar en ese lugar. -Tenemos 10 días para herrarlos, ya que seguramente llegarán en mal estado después del viaje desde Mendoza. Tienen que estar listos a fines de enero, cuando deberán marchar en escalones junto con las distintas columnas del ejército hasta el Valle de Los Patos, donde habrá que volver a herrarlos para que lleguen a Chile en buenas condiciones para el combate. -Entiendo. ¿Y las vacas, general? -Salen 600 desde Mendoza unos días antes que los caballos, y van a ir siendo dejadas en las distintas postas del camino, para comida de los soldados. El grueso, que calculo serán unas 450, hay que faenarlo para la ración de charqui que cada soldado llevará en su morral. -Señor, los vacunos no podrán seguir desde Hornillas, las cortadas son muy profundas y no van a cruzar. Usted lo verá con sus propios ojos, pero creo que lo más conveniente es carnear en ese lugar. -Bien, ya lo veremos, hay tiempo para decidir, dijo, y se frenó para esperar a los otros. Seguimos cabalgando en silencio. Cada tanto parábamos para que los acompañantes del general tomaran notas, extendieran en el suelo unos papeles grandes y dibujaran en ellos. Aún faltaba un buen trecho para llegar al Cucaracho y el sol estaba por ocultarse tras los cerros, así que le pedí a San Martín que me permitiera apurar la marcha. Llegamos al vallecito ya sin luz y nos acomodamos contra una peña grande que nos daba algo de reparo del viento frío que ya bajaba del cerro. Desensillamos y dejamos que los animales bebieran y pastaran sueltos, y yo maniè mi mula para dejarla de nochera y poder así buscar los caballos a la mañana. Mientras ellos traían leña y prendían el fuego yo carniè la oveja, y en un rato ya teníamos los dos cuartos colgados sobre las llamas. -Fabián, venì, me llamó el general. -No había tenido tiempo de presentarte a los señores como corresponde. Son los ingenieros Álvarez Condarco y Arcos. El muchacho será nuestro baqueano en esta zona, es Fabián Campusano. Nos dimos las manos en silencio y yo seguí con mi tarea de terminar de sacar el cuero. Después le corté las patas y el cogote y lo cuadré lo mejor que pude. Con una piedra algo filosa que encontré me puse a raspar la carne que había quedado pegada al cuero, y aplasté las rosetas y abrojos que formaban nudos en la lana con dos piedras planas. Por último traje ceniza del fogón y cubrí bien el lado de adentro del cuero, para curarlo. Comimos en silencio, cansados y con frío. Los dos ingenieros sacaron el rancho y se retiraron a comer a un costado el pedazo de carne que habían cortado de la pata, pero San Martín sacó una lonja de carne humeante, metió un pedazo en su boca y sostuvo lo que sobraba con los dientes, para luego pegarle un tajo con su cuchillo y retirar lo que sobraba. Repitió la maniobra varias veces. Yo lo miraba de reojo con interés y curiosidad, ya que su bigote y la nariz prominente le dificultaban un poco el corte limpio. Sin mirarme, pero adivinando mi mirada, me dijo muy serio: -No sos el primer sotreta que piensa que me voy a cortar la nariz o el bigote. Me quedé helado, pensando que había causado el disgusto del general. Pero de inmediato me miró, sonriente y satisfecho de ver el susto en mi cara, y fue la primera vez que lo vi reír." ("¡Vámonos!", novela de Ariel Gustavo Pérez próxima a salir)

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