sábado, 16 de septiembre de 2023

Vida y obra de San Martín. - 16 - 09 - 2023.-

Vida y obra de José de San Martín · "Hacía más de una hora que yo mateaba solo acurrucado contra el fuego cuando se acercó el general abotonándose el capote. Todavía era de noche. -¿Qué pasó, Fabián. Vos tampoco pudiste dormir? -No, señor. Me pateó fiero la guanaca. Me miró sin comprender, pero no preguntó. -Disculpe, así decimos acá cuando el frío no nos deja dormir. Preferimos levantarnos y prender el fuego a seguir sufriendo. Después, si la mula es buena, podemos dormir un rato arriba del animal mientras marchamos. Las jornadas son largas y el animal conoce el camino o adivina el sendero. -¡Entonces, a mí me pateó la misma guanaca que a vos, carajo!, y se rió con ganas.-¡Carajo que hace frío! dijo, mientras se sentaba a mi lado. -Lo que no imagino es eso de dormirme sobre el caballo. Hace 25 años que estoy en la caballería y lo primero que nos enseñan, y enseñamos, es a no dejarnos dominar por esa modorra que te da el frío sobre el animal en largas jornadas. Pero te entiendo, acá entre las montañas, no hay muchos peligros que te acechen atrás de cada piedra. -No, claro. ¡Sólo algún guanaco que se levante de un salto y te espante la mula! -contesté, y ambos reímos con ganas. -Una vez me asaltaron en España y me dejaron por muerto,- comenzó a relatar despacio, mientras acariciaba el mate caliente entre las manos-, llevaba el dinero para el pago del regimiento cuando cuatro bandidos me emboscaron en un bosquecito. Recuerdo que iba con mucho frío luchando por no dormirme cuando sentí que un jinete me atropellaba por la derecha, saliendo de atrás de un matorral. Cuando quise girar vi que otro atacaba por el otro flanco. Me tiré del caballo con el sable en la mano justo cuando los otros dos llegaban por atrás. No eran muy hábiles con arma blanca, pero tenían un trabuco. Me defendí sin poder soltar la rienda del caballo, que era lo que querían arrebatarme pues sabían que en las alforjas estaba el dinero. Sostenía el animal que corcoveaba asustado mientras tiraba sablazos, hasta que el del trabuco me acertó una perdigonada en el pecho, acá abajo del hombro,-dijo, y se tocó el lugar de la herida.-Me tumbó de espaldas y me quedé quieto, sabiendo que el verdugo vendría a rematarme, pero en eso el caballo logró soltarse de la mano del bandido que lo había agarrado y salió alocado, lo que los obligó a salir tras él, olvidándose del medio muerto en el suelo. Fue la noche más larga de mi vida, helado y bañado en sangre, con un tremendo dolor en el pecho y ésta mano cortada, escondido tras los matorrales a los que me había arrastrado. En la mañana me encontraron unos viajeros que pasaban en galera y me llevaron hasta la ciudad. -¿Qué edad tenía, señor? -Era un teniente muy joven, 22 o 23 años. Había ganado la confianza del comandante y estaba orgulloso de la misión que me había encomendado. Pero perder los caudales implicaba, en las leyes militares del reino, que el culpable repusiera de su bolsillo lo perdido, o terminara sus días en la cárcel. -Pero usted no fue el culpable. Casi muere defendiendo ese dinero. -Es cierto, pero yo era muy joven y no era seguro que las autoridades fueran a creer en mi palabra, aunque estuviera herido. -¿Y entonces, señor? -Hice lo único que se me ocurrió, aunque pudiera haber empeorado mi situación. Le mandé una carta al rey, explicando lo sucedido y pidiendo clemencia. La despaché junto a otra nota que le había solicitado a mi comandante, en la que él recomendaba aceptar mi súplica y copiaba mi intachable foja de servicios. Al parecer causó buena impresión en el palacio, porque me condonaron la deuda y levantaron mi sanción, restituyéndome el grado y el mando. -¿y se curó bien, señor? -No tanto. Siempre me dolió la perdigonada, tuvieron que escarbar mucho para sacar todos los balines, y el pulmón de ese lado se enferma con facilidad. Pero fue barato. Podría haber dejado la osamenta ese día. Asentí con la cabeza y le arrimé otra leña al fuego que amagaba apagarse. -Disculpa, nunca te pregunté si tienes mujer. -No, señor. Todavía no. Tengo un querer por el lado de Calingasta pero últimamente la veo poco. Es criada del dueño de las ovejas que subimos todos los años. Tendría que pedirla y traerla a vivir conmigo a Yaguaraz… -¿Y…? -Y nada,- contesté avergonzado. -No es buena la vida solo. Te lo dice alguien que se había acostumbrado a la soltería y pensaba que nunca le iba a tocar, pero acá estoy, casado casi de viejo y con una niñita recién nacida que me tiene embobado. Nunca pensé que la vida en familia era tan placentera, y eso que las veo poco. Pero te aseguro que cuando logro terminar mis obligaciones en el campamento y enfilo para la ciudad a verlas, parezco la mula hoy cuando escuchó a los burros. Alargo el paso y llego casi corriendo. -Qué bueno, señor. Imagino las ganas de verlas. Lo felicito por la chiquita. -Sí, gracias, -dijo y se quedó pensativo. Le alargué otro mate humeante y suspiró, mirando la claridad gris-anaranjada que salía de abajo del horizonte. -No es bueno extrañar cuando se es soldado, siguió en ese tono que usaba cuando parecía no hablar con alguien más, sino con el mismo.-Las prioridades parecen cambiar. Lo peor que le puede pasar a alguien que se juega la vida es temer a la muerte, porque entonces la está llamando. Y la verdad, creo que formé una familia en el momento menos oportuno, cuando mis prioridades y preocupaciones están lejos de Mendoza. -Lo comprendo, -atiné a decir. Se levantó y caminó hasta donde estaba Arcos que peleaba por incorporarse. -Salgamos temprano, Fabián, a ver si podemos llegar a la noche a Uspallata. ¡No quiero volver a dormir sobre la piedra y que me vuelva a patear la guanaca! Me miró de reojo con picardía, adivinando las caras de asombro de sus compañeros a sus espaldas." ("¡Vámonos!", de Ariel Gustavo Pérez. .........................................................................

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