martes, 17 de septiembre de 2019

San Martín herido junto a sus soldados heridos. -17 - 09 - 2019 .-

Carlos Alberto Robledo, envió este texto, sobre San Martín y sus soldados heridos.
El grito apasionado. San Martín camino a San Lorenzo
Mariano, ayúdeme. Quiero ver a mis hombres.
Su oficial mas allegado lo ayudó a levantarse, y José sintió un enorme dolor en la espalda, adentro, en los pulmones. Juntos caminaron lentamente hacia el interior del convento..
Antes de entrar, José reconoció al granadero Luis Gelves llorando amargamente sobre un cadáver. Era su hermano Juan, quien yacía con el cráneo destrozado. San Martín se le acercó y lo tomó por los hombros, en señal de comunión. Luis se paró y lo abrazó, llorando lastimeramente. José lo dejó que llorara todo el tiempo que quiso, y luego le dio un beso en la mejilla mojada. Cuando se apartó, los ojos de José brillaban al sol de la mañana.
-Señor, -le dijo Necochea- también murió Basilio Bustos, el hijo de Lorenzo.
San Martín se apartó y lo miró, como espantado. Lorenzo y Basilio Bustos habían llegado desde San Luis para unirse al regimiento, y José conocía bien a padre e hijo.
-Lléveme donde está Lorenzo, por favor. Ese padre debe estar destrozado.
-Déjelo, coronel. Lo vi recién caminando solo, por el campo. Seguro andará arreglando cuentas con Dios. Es un hombre religioso y necesitará un tiempo a solas, para acomodar la cabeza.
José se tomó unos momentos para reponerse de la noticia. La muerte de un hijo bajo la mirada del padre siempre es conmovedora y algo a lo que nadie, ni siquiera un soldado acostumbrado a ver la muerte de cerca, puede ser insensible.
Siguieron caminando lentamente y en silencio.
-Mariano, en el campo, cuando caí apretado por el caballo, recuerdo que un granadero me sacó de abajo cuando me la estaban por dar. Era un negro, grandote, jovencito, ¿tiene idea quien fue?
Necochea lo miró serio. Había visto desde su posición la caída y el posterior rescate, y sabía que debía seguir dando malas noticias a su jefe.
-Ese hombre era Cabral, señor, el guaraní. Lo sacó del embrollo, pero lo chucearon fiero. Venga por aquí.
Cruzaron el patio del convento y entraron por otra puerta. Juan Bautista Cabral agonizaba solo, en una celda a media luz, junto a un fraile que lo miraba silencioso.
José se agachó a su lado y tomó su mano. Acarició suavemente la frente y el pelo motoso de su salvador. El muchacho abrió apenas los ojos, turbios, sin brillo. Ojos de muerte, ojos sin vida.
- ¿Quien es? balbuceó.
-Su coronel, Juan. Vengo a felicitarlo por su valor en combate- le dijo, y su voz lo traicionó pues las ultimas palabras salieron entrecortadas por la emoción.
-Gracias, señor.- susurró el muchacho al oído de San Martín-, ¡los cagamos a esa mierdas!... Apretó muy fuerte la mano que lo sostenía. Y murió.
("El grito apasionado. San Martín camino a San Lorenzo", de Ariel Gustavo Pérez. La ilustración es de El Noke, gran artista sanmartiniano)
(Cfr. Tenemos Ejemplos. Difusión para docentes y alumnos. Prof. Lic. Lujs Angel Maggi)

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