domingo, 13 de diciembre de 2020

Fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego, en Rausch. -13-12-2020.-

FUSILAMIENTO DE DORREGO. Envío de CPN-historiador. Esteban Dómina- 13-12-2020.- “Navarro, diciembre 13 de 1828. Participo al gobierno delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. Firmado: Juan Lavalle”. Casi dos siglos después, cuesta entender semejante desatino: un héroe de la gesta independentista fusila a otro héroe. Un crimen imperdonable de la historia argentina. Ardía la grieta entre unitarios y federales: en 1827, extinguida la autoridad nacional tras la renuncia de Bernardino Rivadavia a la presidencia, solo quedaban en pie las provincias. La legislatura de la provincia de Buenos Aires eligió gobernador a Manuel Dorrego, enrolado en el bando federal. Asumió en medios de los coletazos de la guerra con el Brasil. Tenía ante sí el desafío de aliviar la economía popular y restablecer el vínculo con las provincias y encarar la postergada organización nacional. Los unitarios, entretanto, no se resignaban a haber sido desplazados del poder por la “chusma”; solo necesitaban de un brazo armado dispuesto a hacer el trabajo sucio, y todas las miradas se posaron en Juan Lavalle, que había reverdecido sus laureles en aquella guerra. Cuando el grueso de las tropas arribó a Buenos Aires, el motín ya estaba marcha. El 1 de diciembre de 1828 los regimientos salieron de los cuarteles y derrocaron a Dorrego. Enseguida, Lavalle se hizo proclamar gobernador en una parodia de asamblea popular. Dorrego salió a la campaña para organizar la resistencia. Su único aliado era Juan Manuel de Rosas, un hacendado que pisaba fuerte en la provincia. En pocos días logró reunir un modesto ejército de paisanos y presentó combate en los campos de Navarro, donde fue vencido por los veteranos de Lavalle, aunque logró escapar. Rosas le aconsejó pasar a Santa Fe y buscar el amparo de Estanislao López, pero Dorrego se demoró inexplicablemente en un campo de Areco, donde unos oficiales desleales lo apresaron y pusieron en manos de Lavalle. Los unitarios no querían que el prisionero fuera enviado a la metrópoli, y apremiaban a Lavalle para que completara su desgraciada faena. Mientras Dorrego escribe cartas a gente influyente, Gregorio Aráoz de Lamadrid intercede para que se le perdone la vida, pero su suerte está echada. El 13 de diciembre, a las dos y media de la tarde, el condenado enfrenta al pelotón, poco después de recibir el último auxilio religioso. Lamadrid, agobiado, se retira; no soporta presenciar el injusto final de su compadre y camarada del Ejército del Norte. El pelotón cumple la fatídica orden: el cuerpo exánime de Dorrego se desangra lentamente. “La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir”, asentará Lavalle en el parte. Los unitarios suspiran aliviados, el poeta Juan Cruz Varela escribe con regocijo: “La gente baja / ya no domina / y a la cocina / pronto volverá”. El pueblo orillero está de duelo; lastimeras guitarras bordonean cielitos en la desolada campaña bonaerense. Juan Manuel de Rosas, entretanto, se dispone a tomar la posta del caído. Tras los postigones de una lóbrega casa, una mujer llora su dolor. Ángela Baudrix, la joven viuda, estruja en sus manos el chaleco que le entregó Lamadrid junto a la carta póstuma de su esposo: “En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro porqué, más la providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no lo ha podido ser en compañía del desgraciado”. A su hija Angelita le deja una sortija como recuerdo. A Isabel, su otra hija, unos tiradores. Manuel Críspulo Bernabé Dorrego tenía 41 años. FUSILAMIENTO DEL CORONEL MANUEL DORREGO El 13 de Diciembre de 1828. ............................................................... Revisionistas. 13-12-2020.- A principios de 1827 se había producido la brillante victoria de nuestras armas en la guerra del Brasil, a raíz de la usurpación de la Banda Oriental: el 9 de febrero el almirante Brown había derrotado a la escuadra imperial en el Juncal y el día 20 del mismo mes Alvear hizo lo propio -en tierra- en Ituzaingó. Las fuerzas brasileñas quedaron deshechas, desmoralizadas y en plena dispersión. Pero esta página de gloria sería manchada por una de las mayores vergüenzas que ha sufrido la nación: cuando el general en jefe solicitó refuerzos y caballadas a Buenos Aires para ocupar la provincia de Río Grande y marchar hasta la capital del enemigo, se le negó. Alvear no cosecharía los frutos de su victoria, la patria había dado su esfuerzo y su sangre en vano, porque el gobierno de don Bernardino Rivadavia, en el momento de nuestras armas triunfantes, ¡pedía desesperadamente la paz! Y la pedía por la más miserable de las razones: para sofocar lo que él llamaba anarquía interna –la resistencia rebelde del interior a la tiranía surgida del manotón unitario- y disponer de las fuerzas del ejército nacional para lanzarlas contra sus compatriotas. . . . . . . . . . .

No hay comentarios:

Publicar un comentario