miércoles, 29 de julio de 2020

El Rol de la Mujer.(Parte 1). Belgrano. Te cuento.- 29 - 07 -2020.-


PARTE I
BELGRANO: PROMOTOR DEL ROL DE LA MUJER
Doctora Norma Noemí Ledesma
Investigadora del Instituto Nacional Belgraniano
PERÍODO VIRREINAL
Belgrano fue un verdadero pionero en promover el rol social de la mujer en el Río de la Plata. En su cargo, como Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires (1794-1810), a través de las Memorias anuales se ocupó del tema y también a través de artículos en el Correo de Comercio.
No debemos olvidar en cuanto a la promoción de la educación, la acción de los jesuitas, quienes no solo se ocuparon de la evangelización del indígena, sino que también fueron los encargados de la educación en el período hispánico, hasta su expulsión en 1767. Las misiones jesuíticas se sostuvieron económicamente gracias al trabajo de toda la comunidad, tanto hombres como mujeres.
En España, los pensadores de la Ilustración Española se interesaron por la educación de la mujer. El mismo también se vio reflejado en reales cédulas. Así, Carlos III, dictó, para las niñas el “Reglamento para el Establecimiento de Escuelas Gratuitas en los barrios de Madrid”.
Belgrano, en la Memoria “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio en un país agricultor”, leída en la sesión de la Junta del Consulado del 15 de julio de 1796, manifestó un verdadero plan educativo, proponiendo la creación de escuelas: en primer lugar, escuelas gratuitas de primeras letras para niñas y para niños, de agricultura, hilaza de lana, de comercio, de dibujo y de náutica, Muy pocas de estas escuelas pudieron establecerse, entre ellas: la Escuela de Dibujo y una Academia de Náutica.
El proyecto de Belgrano comprendía una enseñanza de primeras letras (hoy en día enseñanza primaria) pública, gratuita y obligatoria para niñas y niños. Fue el gran promotor de la escuela primaria en el Río de la Plata. Los contenidos de estudio incluían los principios de la religión católica. Sarmiento, fomentó posteriormente en la República Argentina la educación primaria pública, gratuita, obligatoria y laica. La realidad política, económica y social había experimentado grandes cambios. Además, el laicismo es un movimiento que lo ubicamos principalmente en nuestro país a partir de la década del 80.
Belgrano, en cuanto a la enseñanza de las primeras letras, en la Memoria del 15 de julio de 1796, propuso lo siguiente:
“Igualmente se deben poner escuelas gratuitas para las niñas, donde se les enseñe la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y, principalmente inspirándoles el amor al trabajo para separarlas de la ociosidad, tan perjudicial o más en las mujeres que en los hombres […]”.
Ello les permitiría reunir el dinero necesario para la dote y acceder al matrimonio y ser madres de familia. Es una constante en el pensamiento belgraniano la valorización de la educación y el trabajo, que alejan de la ociosidad, generadora de los vicios.
Continuó:
“Debía confiarse el cuidado de las escuelas gratuitas a aquellos hombres y mujeres que, por oposición, hubiesen mostrado su habilidad y cuya conducta fuese de público y notorio irreprensible; además de que dos de los señores consiliarios que se comisionasen por esta Junta, debían ser los inspectores para velar sobre las operaciones de los maestros y maestras”.
Belgrano en un artículo del Correo de Comercio, del 21 de julio de 1810, destacaba la necesidad de que la política generara buenas costumbres esenciales en el Estado, en estos términos:
“Hemos dicho que uno de los objetos de la política es formar las buenas costumbres en el Estado; y en efecto son esencialísimas para la felicidad moral y física de una nación. En vano la buscaremos, si aquellas no existen, y a más de existir, sino son generales y uniformes desde el primer representante de la Soberanía, hasta el último ciudadano”.
En función de ello, manifestó cuál era la tarea de la mujer y su capacitación para desarrollarla:
“¿Pero cómo formar las buenas costumbres y generalizarlas con uniformidad? Qué pronto hallaríamos la contestación, si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido? Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia. El otro adormecido deja correr el torrente de la edad y abandona a las circunstancias un cargo tan importante”.
Agregó:
“La naturaleza nos anuncia una mujer; muy pronto va a ser madre y presentarnos conciudadanos en quienes debe inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de enseñarles, si a ella nada le han enseñado? ¿Cómo ha de desenrollar las virtudes morales y sociales, las cuales son las costumbres que están situadas en el fondo de los corazones de sus hijos?
¿Quién le ha dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la decencia, la beneficencia, el espíritu y que estas calidades son tan necesarias al hombre como la razón de que proceden?”
Es decir, que promovió lo que hoy en día denominamos “la educación en valores”, tan importante a nivel individual y social.
Describió cual era la situación de la educación de las niñas en la ciudad de Buenos Aires:
“El bello sexo no tiene más escuela pública en esta Capital que la que se llama de San Miguel y corresponde al Colegio de Huérfanas, de que es maestra una de ellas: todas las demás que hay subsisten a merced de lo que pagan las niñas a las maestras que se dedican a enseñar, sin que nadie averigüe quienes son y qué es lo que saben.
Si por desgracia una sola de estas hay que sea de malas costumbres ¿es dable hacer el cálculo de los males que pueden resultar a la sociedad? Porque desengañémonos el ejemplo […] Sí, el ejemplo es el maestro más sabio para la formación de las buenas costumbres”.
Es tal la importancia que le otorgó a la educación de las niñas, que la consideró prioritaria en relación al establecimiento de una universidad:
“Séanos lícito aventurar la proposición de que es más necesaria la atención de todas las autoridades, de todos los magistrados y todos los ciudadanos y ciudadanas para los establecimientos de enseñanza de niñas, que para fundar una universidad en esta Capital, porque tanto se ha trabajado y tanto se ha instado ante nuestro Gobierno en muchas y diferentes épocas.
Con la universidad habría aprendido algo de verdad nuestra juventud en medio de la jerga escolástica y se habría aumentado el número de nuestros doctores, ¿pero equivale esto a lo que importa la enseñanza de las que mañana han de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de aquel modo generalizarse y uniformarse? Es indudable que no y para prueba no hay más que trasladarse a donde hay universidades y no hay quien enseñe al bello sexo”.
Recordemos que en carta a su madre, fechada en Madrid el 11 de agosto de 1790, le comentó lo siguiente:
“[…] del todo desisto de graduarme en doctor, lo contemplo como una cosa mínima y un gasto superfluo, a más, que si he de ser abogado me basta el grado que tengo y la práctica que hasta hoy voy adquiriendo, lo que sí pienso en otro grado tengo que sujetarme otros cuatro años más en universidad, y a qué gastar el tiempo en sutilezas de los romanos que nada hacen al caso, y perder el precioso tiempo que debía emplear en estudios más útiles, con que si acaso mis ideas no tienen efecto, ustedes podrán disponer como les pareciere, en la inteligencia que tengo por muy inútil ser doctor, para nada sirve”.
En su estadía en Europa, no solo se ocupó de dedicarse al estudio de las leyes, sino también, respondiendo a su espíritu curioso, se interesó en una ciencia nueva la Economía Política y en el estudio de los “idiomas vivos”, tales como italiano, inglés y francés. Ello le permitió leer los autores de la Ilustración de primera fuente. Se opuso a una una enseñanza puramente especulativa y memorística, que no tuviera contacto con la realidad de la época.
Retomando el hilo de nuestra exposición, debemos mencionar que después de esta enseñanza de las primeras letras (que se extendería hasta los 10 años), en el caso de las jóvenes de los sectores populares se incorporarían al “mundo del trabajo”. Las mujeres desarrollaban los “oficios mujeriles”, es decir: hilanderas, tejedoras, costureras, planchadoras, panaderas, etc.
Por otra parte en la Memoria de 1796 también propuso el establecimiento de escuelas de hilazas de lana para ambos sexos, dentro de su plan de enseñanza de oficios:
“No me olvido de lo útil que sería el establecimiento de escuelas de hilaza de lana para, igualmente, desterrar la ociosidad y remediar la indigencia de la juventud de ambos sexos y esta Junta [la del Consulado] debía igualmente tratar de que se verificase en todos los lugares que hubiese proporción de lanas de cualquier clase que sean […]
Asimismo podrá extenderse el hilado al algodón o al menos a su desmote y limpieza: así recabarían los jornales que en eso se emplearan en la Península; maestros y compatriotas y las fábricas se encontrarían abastecidas de materias primeras, ya en disposición de manufacturarse y con mayor porción de brazos para el aumento de sus telares.
Me parece también indispensable que, además del tanto que se le señalase a los alumnos y demás, por la porción de lanas que hilen, algodón que desmoten, limpieza, etc., se les señale un premio al niño o niña que mejor lo ejecutare para, por este medio, obligarlos más a su aplicación. Jamás me cansaré de recomendar la escuela y el premio; nada se puede conseguir sin estos y nuestros trabajos e indagaciones quedarían siempre sin efecto si no se adopta”.
Si bien el proyecto de crear “escuelas de hilazas de lana” no prosperó, Belgrano, en su interés por promover la educación de la mujer y brindarle posibilidades de empleo, estimuló la enseñanza de oficios “mujeriles”, a través de premios. Se decidió otorgar premios a las mejores hilanderas del Colegio de San Miguel Arcángel, de niñas huérfanas, por Acta del Consulado del 14 de octubre de 1797. El primer premio estaba destinado a una niña mayor de dieciséis años y el segundo a una menor de esa edad. Ascendían a 30 y 40 pesos fuertes y se exigía “una libra de algodón, hilado igual, delgado y pastoso”. En Acta del 22 de diciembre de 1798, se asignaron los premios a María Jesús y Eugenia López y se archivaron las hilazas, como constancia de su trabajo.
Por otra parte, en la Memoria “Utilidades que resultarían a esta provincia y a la Península del cultivo del lino y cáñamo, modo de hacerlo: la tierra más conveniente para él; modo de cosechar esos dos ramos y, por último, se proponen los medios de empeñar a nuestros labradores para que se dediquen con constancia a este ramo de agricultura”, de 1797 se ocupó del cultivo del lino y del cáñamo, que eran promovidos por la Corona en sus dominios, dado que contaba con una escasa producción por lo cual debía recurrir a importarlos de otros reinos.
En esta Memoria señalaba la situación de muchas familias, que se veían afectadas por la introducción de textiles de la Península. Estos habían “privado a las infelices mujeres de este único medio que tenían para subsistir”. Y, si bien no se mostraba contrario a la libre introducción de artículos europeos, que eran más baratos que los nativos, propuso que las mujeres desarrollaran otros ramos “en que entretenerse”:
“El lino y el cáñamo, como ya he dicho, tienen operaciones varias, y muchas de ellas pueden ejecutarlas las mujeres y en efecto la ejecutan en los países en que se cultivan estos ramos y se fabrican sus materias, como yo lo he visto en Castilla, León y Galicia, sin contar con los demás países en que se hace lo mismo, según lo atestiguan los autores economistas”.
Belgrano no solamente se ocupó del papel de la mujer de los sectores populares, sino que también atendió la situación de la mujer de los sectores más favorecidos. En un artículo del Correo de Comercio “Señores editores del Correo de Comercio”, del 28 de abril de 1810 , que continuó en el próximo número del 5 de mayo de 1810, firmado como “La amiga de la suscriptora incógnita” utilizó la modalidad de una carta dirigida a los editores para volcar su pensamiento acerca de la participación de la mujer en la sociedad.
Observamos el ingenio al que debió recurrir Belgrano para darle en esta época tan temprana una “voz a la mujer”, presentándola como “la amiga de la suscriptora incógnita”. Mostró una mujer lectora, interesada en temas sociales:
“He leído algunos libros que por fortuna me han venido a las manos, que tratan del modo con que en las sociedades cultas se ha pensado en socorrer a los pobres, trayéndolos al camino más ventajoso para que no sean una carga pesada a sus conciudadanos y con utilidad suya puedan hacer la de la causa común”.
Avanzando el artículo, manifestaba que encontró casualmente el prospecto del Correo de Comercio en la casa de una amiga “que compra cuanto papel sale de la imprenta” y se lo devoró instantáneamente, sintiéndose muy complacida al ver “de letra de molde mis ideas”. Si consideramos que recién en la década de 1830 aparecieron las primeras revistas escritas por mujeres en el Río de la Plata y que sus autoras se quejaban porque las llamaban “mujeres públicas” en lugar de denominarlas “publicistas”, advertimos el pensamiento totalmente innovador de Belgrano.
Retomando el hilo de nuestra exposición, hacía referencia a la intención que existía de fundar un hospicio en Buenos Aires y que todavía no se había concretado, entre otros inconvenientes por los sucesos de 1806. Proponía como medio de socorrer a los pobres, en función de algunos libros que había leído, tomar el ejemplo de las sociedades cultas. Mencionaba que se habían establecido Juntas de Caridad en las parroquias de Madrid, con el objeto de amparar a los pobres. Por lo cual, manifestaba su complacencia con lo manifestado por el Correo de Comercio acerca que los vecinos distinguidos se ocuparan de tareas de caridad en templos, conventos, hospitales, etc.
Proponía que dado que en todas las parroquias tenían hermandades con títulos de Dolores y Ánimas, del Carmen y Ánimas, etc.:
“¿por qué no podrían agregar el de Caridad y constituirse igualmente a socorrer a los vivos, proporcionándoles la enseñanza? Este sería un mérito más que sus individuos tendrían que agregar a la de sus devotos ejercicios, tanto más acepto a los ojos de Dios, cuanto sería mayor el número de los que supiesen cumplir con sus obligaciones y de los que diesen ejemplo de las virtudes cristianas?”
Y continuaba con su razonamiento:
“Generalmente en estas Hermandades se hallan alistados los sujetos más condecorados de las parroquias, y estos unidos con los curas podrían destinarse en un día de la semana a pedir la limosna para atender a los respectivos pobres de su jurisdicción, privándose antes por el gobierno que los mendigos anden por las calles, ejercitando la caridad de sus convecinos, puede ser, sin causas justas”.
Para finalizar afirmando:
“Con el producto de las limosnas, que deberán depositarse en los tesoreros de las Hermandades podrían establecerse escuelas para las niñas pobres, donde aprendiesen a leer, escribir, coser, etc., y así mismo otras para enseñarlas alguna especie de industria, igualmente que a los niños pobres, porque estos ya tienen escuelas de primeras letras, sustentadas por el Excelentísimo Cabildo en todas las parroquias de esta capital, como vuestras mercedes saben.
Del mismo modo se podrán comprar lana, algodón y algunas otras materias primeras, para dar que trabajar a los pobres y con el producto de sus manufacturas socorrerlos hasta ponerlos en estado de no necesitar esos auxilios”.
En estas palabras de la supuesta “suscriptora incógnita” se encuentra claramente expresado el pensamiento belgraniano. Propuso la acción caritativa de los que formaban parte de las Hermandades. Esta estaría destinada a la asistencia de los pobres, más allá de los ejercicios devotos. Para combatir la pobreza se debería recurrir a la educación y al trabajo. Destacó la acción de los curas párrocos, en lo que hoy en día denominamos “el papel social de la Iglesia”.
En el artículo del 5 de mayo de 1810, “la amiga de la suscriptora incógnita” aclaraba lo siguiente:
“Parece que ya oigo que dirán algunos, vaya que esta es una Bachillera que receta a su antojo. No, señores, yo sé donde y en qué pueblo hablo: aquí no se necesita más sino que haya personas que llamen la atención de estos vecinos a las cosas buenas, para que ellas se ejecuten, ¿se creería alguno que no conociese el espíritu de estos habitantes que tantas desgracias como hemos tenido se habían de haber remediado tan pronto y tan bien? Por de contado que no; pero yo y todas las gentes que sabemos cual es el carácter de nuestros hombres ricos, no dudamos un punto que así había de suceder”.
Observamos la necesidad de que no se la considerase una “bachillera”, es decir con un saber meramente teórico sino que conocía el espíritu de los habitantes y el carácter de los hombres ricos. Cuántas veces Belgrano al exponer su programa de reformas frente a los consiliarios, que solo respondían a sus intereses particulares según las palabras del prócer, se habría tenido que excusar diciendo que su conocimiento no era meramente teórico. Tengamos en cuenta que Belgrano, como Secretario Perpetuo del Real Consulado de Buenos Aires, se interesó por el país y sus gentes, y se puso en contacto con los diputados de los Pueblos, a fin de llevar a cabo una gestión que atendiera a la realidad del Virreinato del Río de la Plata.
Continuando nuestra exposición, proponía que los párrocos se unieran con los “vecinos más caracterizados” para exigir las limosnas, que se destinarían no solamente a la educación, sino también para que cada parroquia tuviera un médico para los pobres, viviendo en ella y así muchos de ellos no necesitarían ir a los hospitales, ya que serían atendidos en sus propias casas.
Debemos destacar que el “Bien Común” para Belgrano comprendía: salud, educación y trabajo, para poder desarrollar una política no meramente asistencialista, sino que permitiera a los pobres precisamente poder salir de la pobreza. Darles las herramientas necesarias para que pudieran desenvolverse de manera autónoma y ganar su propio peculio. Como católico practicante consideraba que la plenitud del ser humano resultaba imposible sin Dios, “bien común trascendente y supremo para todos los hombres”.
“La amiga de la suscriptora incógnita” proseguía diciendo que “las personas de mi sexo” podrían participar de las hermandades, con el objeto de ocuparse de los establecimientos de enseñanza de las niñas y tareas de socorro de las mujeres pobres, para fomentar su industria (es decir su trabajo) y asistirlas en sus enfermedades.
Justificaba la participación de la mujer en este rol social con estas palabras:
“Creo positivamente que esto importaría mucho; porque en nosotras hay otra sensibilidad que en los varones, nos agradan estas ocupaciones y también nos picamos de manifestar con nuestro celo y eficacia, que no somos menos aptas que ellos para desempeñar lo que se nos encarga en asuntos que parece salen de la esfera de los que hacen nuestra principal atención diaria, que aunque es verdad no son de mera importancia al Estado, que los grandes negocios con todo, gustamos entrar en ellos y no vivir eternamente condenadas a tratar de cosas caseras y que el público no conozca nuestro mérito”.
Es decir, que Belgrano buscó que la mujer no estuviera reducida al ámbito puramente doméstico, sino que también se insertara en un rol social. Las mujeres de los sectores populares, a través de la educación durante los primeros años y después incorporándose al mundo del trabajo (aprendizaje de oficios mujeriles) y las mujeres de la elite, luego de haberse educado, desempeñando tareas, que hoy en día denominamos sociales, en las parroquias, brindando asistencia y educación a las mujeres pobres y alentándolas en sus trabajos.
Continuará

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