miércoles, 6 de mayo de 2020

Donde no habita el olvido. Te cuento las cuarenta.- 06 - 05 - 2020.-

Miguel Culaciati- te pido permiso para anotarlo y reenviarlo-
06 - 05 - 2020.-
Comparto texto que publiqué hoy en la página del barrio Fisherton, donde nací >>
Donde no habita el olvido - II
Hoy volví a subir al tejado de mi casa de la infancia.
Hoy volví a ver caer la tarde sobre el manso horizonte del barrio inglés.
Hoy me dejé entibiar, me dejé acariciar por ese mismo sol, por esa misma suave brisa.
Hoy pisé las mismas tejas que pisaban mis pies niños, me senté en el atalaya de aquellas siestas, donde el silencio tenía la espesura de una infancia invencible.
Donde el tiempo fluía lento y amable como el Ludueña cercano.
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Está el mismo mirador desde donde avizoraba un mundo seductoramente mágico, desafiante, a la vez amigable. Un mundo de bicicletas, de sonrisas, de simpleza, de zapatillas rotas, de jugar a todo, de barro.
Quizá fui una extraña especie de indígena: salvaje, blanco y de rizos. Absolutamente rebelde a cualquier tipo de advertencias, precauciones y retos.
Con mi bicicleta: cualquier sendero, cualquier horizonte,cualquier aventura. Con mis brazos y osadía: cualquier árbol, cualquier techo, cualquier misterio...
Una infancia con una madre que acompañaba sin que fuera necesario pedir permiso para romper moldes o vidrios con la pelota, cortarse con una botella o volver tapizado de barro y siempre con alguna herida en las piernas o en las rodillas.
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Regreso y repaso:
Están los mismos cipreses, los mismos fresnos.
Faltan el cedro azul, el castaño, el gran eucaliptus.
Está la misma gran chimenea para imaginar historias, fugas y escondites. El mismo respiradero dónde me divertía arrojando grandes y resignadas hormigas negras al infinito abismo…
Eso sí, se han ido los niños. En las veredas ya no juegan. En las calles: miedo, miedo y más miedo.
Se ha perdido la calle como territorio de juego, igualador, y de encuentro.
A dónde fueron Marquitos, Guillo, Nicolás, el “Chicato”, Gonzalo, Pablo, el “Ñaña”, Mariano, Peto y tantos otros ?
Cierro los ojos un instante y en ese relámpago del tiempo puedo escucharlos nítidamente mientras jugamos encarnizados y eternos partidos de fútbol,
"a cara de perro“, o de arco a arco” en la calle embarrada, que encontraban su final solamente cuando la pelota se perdía inexorablemente en la oscuridad de la noche.
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El tren ? sigue pasando, sí aquí cerquita, pero ya no lleva aquel vagón de cola con su "guarda” a quien saludábamos o provocábamos, según el grado de rebeldía de la tarde, mientras veíamos como la pesada mole de hierro fundía las monedas que habíamos apilado en la vía.
Creo, pienso, que todo y nada ha cambiado.
Al fin y al cabo también de nosotros depende.
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Llamo el nombre de cada uno de mis amados perros. Con ellos jugaba desde estas mismas alturas a esconderme, a llamarlos y ellos dando vueltas y vueltas enteras alrededor de la casa, ladrando, saltando, buscándome.
Una ajustada síntesis de la felicidad más plena.
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Hoy volví a caminar el tejado de mi casa de la infancia ,con la satisfacción de no haber dejado morir aquel niño, de haber elegido sostener la inocencia a pesar de tanta miseria, de tanta crueldad, de tanta hipocresía.
Salvar los ojos para seguir descubriendo milagros.
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Estar sentado sobre una de estas tejas sin lugar a dudas es hoy el mejor sitio del mundo para ver…
Para ver, para dejarme ver, para espejarme.
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Abajo mi madre da de comer a los pájaros o más bien es alimentada por ellos.
Es la ceremonia, el rito cotidiano: ella prepara el pan, pacientemente lo deshoja en mínimas migas, ellos la esperan.
Se intuyen, se conectan, se nutren. Es el jardín zen donde su espíritu, sus manos y ojos, entre magnolias, madreselvas y rosales resisten estoicos las miserias y decepciones del mundo.
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Quizá he subido este tejado para recuperar aquella perspectiva, para volver a descifrar en los cantos de los pájaros las verdades más profundas y a la vez más simples.
Muchas cosas han cambiado y a la vez todo permanece igual.
Esta luz, los pájaros me lo confirman: lo esencial, lo sustancial, lo verdadero se me sigue revelando en los mismos detalles, en las pinceladas de este cielo sobre la tela del atardecer, visto desde el tejado de mi infancia.
MIGUEL CULACIATI
Dedicado a Graciela Fernández Corti, Ana Maria Ferrini y a todos quienes comparten esto mullidos recuerdos fishertonianos.

# Memorias desordenadas sin aspiraciones literarias 

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